Tal y como lo prometió, el colorista llegó puntual. Sus manos temblaban mientras analizaba mis mechones maltratados.
Siempre fui una mujer que se preocupaba por su apariencia. Poseía una amplia gama de productos capilares, hasta que me tocó vivir sola. Si tenía champú y enjuague en el baño, ya era mucho pedir.
—Bien, analizando tu cabello, diría que después de una decoloración y dos semanas de hidratación, recuperarás tu cabello o un tono similar. Y entre más te lo laves, volverás a tu tono natural —dijo el hombre, cuyas manos vacilaban a la hora de agarrar los productos—. Yo… voy a comenzar, ¿está bien?
Estaba notoriamente nervioso y algo me decía que el hombre que estaba sentado a pocos metros de distancia, era la razón de su actitud.
—¿No tiene criptomonedas que invertir o algo así? —dije, manteniendo la cabeza quieta.
Odiaba el lugar en el qué se había colocado, ya que estaba de frente. No me quedaba más opción que verlo.
—No lo necesito, para eso tengo empleados —Ladeó la cab