37SeraphinaYa en la casa de Blake salí al patio, había un columpio viejo, de esos que crujen con el viento. Me senté allí, descalza, dejando que el vaivén suave me adormeciera los pensamientos. La noche estaba tibia, casi cómplice, y mi mano descansaba sobre mi barriga mientras la acariciaba con ternura.¿Qué tan diferente sería todo si Ryder hubiera aceptado a los niños?Me imaginaba otro mundo, uno donde él se alegraba con la noticia. Donde me cargaba en brazos y me daba vueltas entre risas. Uno donde me acompañaba a los chequeos médicos, donde hablábamos de nombres, de ropita, de cunas. Pero no. Todo se quedó en un sueño incompleto. Uno que ni siquiera llegó a comenzar.Él fue capaz de drogarme... solo para quitarme la opción de decidir.Suspiré, sintiendo cómo el aire se atascaba en mi garganta. Una lágrima se escapó y me escurrió por la mejilla.Entonces, una mano cálida y grande la secó con suavidad.Di un respingo, sobresaltada, pero al girarme y ver a Blake de pie a mi lado,
38Seraphina El calor del sol acariciaba mi piel mientras me recostaba en una tumbona junto a la piscina, los ojos protegidos detrás de unas gafas oscuras y un libro abierto en las manos.Blake chapoteaba en el agua, nadando de un extremo al otro como si fuera un pez en su hábitat natural, de vez en cuando lanzándome una sonrisa para asegurarse de que lo estaba viendo.Me limité a sacudir la cabeza con diversión y volví a mi lectura, disfrutando de la tranquilidad del lugar y del suave murmullo de las olas que llegaba desde la playa cercana.Era un día perfecto. Cálido, brillante... una bocanada de aire fresco que sentía que necesitaba más de lo que había querido admitir.Un movimiento a mi lado llamó mi atención, y bajé el libro para encontrarme con una joven empleada del resort, que sostenía una bandeja con un vaso alto adornado con una sombrilla colorida y una rodaja de naranja en el borde.—Cortesía del hotel —anunció la chica con una sonrisa—. Es una bebida especial sin alcohol,
39Seraphina Abrí los ojos Vi un techo muy blanco y no recordaba cómo había llegado hasta aquí.Mi mente era un torbellino borroso, como si me hubieran arrancado horas de vida y dejado solo el eco de una sensación desagradable en el cuerpo. Un ruido brusco me hizo fruncir el ceño y obligarme a abrir los ojos.La primera imagen que vi fue la de un hombre de aspecto salvaje, con barba desordenada y cabello largo, que me miraba como si yo fuera una presa fácil. Su sonrisa torcida y malvada me heló la sangre.Un terror primitivo recorrió todo mi ser.Intenté levantarme con desesperación, pero en cuanto me moví, sentí la presión de las cuerdas en mis muñecas y tobillos. Estaba atada.El pánico subió a mi garganta.—¿Qué sucede? ¿Quién eres? —logré preguntar, con la voz rota.El hombre no respondió. Se limitó a mirarme unos segundos más, disfrutando de mi miedo, hasta que su teléfono sonó. Murmurando algo que no entendí, salió de la habitación para atender la llamada, dejando la puerta ent
40SeraEl hombre avanzó hacia mí y yo retrocedí, pero me agarró del cabello y me lanzó fuera del baño, me levanté de un salto y caminé hacía atrás tropezando con la esquina de la cama. Antes de que pudiera gritar otra vez, me agarró del brazo con fuerza, obligándome a caminar.—Muévete —gruñó, llevándome hacia la salida, tomamos el ascensor y cuando llegamos al piso 3 salimos y me empujó hacia la salida de emergencia, me dolían los pies por estar descalza y me sacaron por una puerta trasera del hotel.Mi corazón golpeaba frenético en mi pecho mientras trataba de pensar en algo, cualquier cosa para escapar.La parte trasera del hotel estaba desierta, el sol ya comenzaba a ponerse, tiñendo todo de un naranja sangriento, en menos de dos horas caería la noche y eso me ponía más nerviosa, no era una chica temerosa, pero las noches siempre me ponían nerviosa e inquieta.Sentí el aire fresco en mi rostro mientras me empujaba hacia el lateral para entrar en el estacionamiento. Fue ahí,
41SeraEl coche comenzó a sacudirse y a hacer sonidos raros; había ido demasiado rápido, había forzado demasiado el motor. A lo lejos vi un pequeño pueblo polvoriento, como salido de otra época, iluminado apenas por unos faroles viejos.El corazón me latía tan fuerte que me dolía.Conduje a trompicones hasta que el coche se detuvo frente a lo que parecía ser una tienda de abarrotes antigua. Me bajé temblando, tropezando con mis propios pies, mientras miraba hacia todos lados, temiendo que el último de esos monstruos apareciera entre las sombras.Una anciana de cabello blanco como la nieve, encorvada, pero con ojos increíblemente vivos, salió de la tienda con un farol en la mano.—¿Niña? ¿Estás bien? —preguntó, su voz rasposa cargada de preocupación.—Ayúdeme, por favor... por favor... —balbuceé, acercándome a ella con lágrimas en los ojos.La mujer dejó el farol y me sujetó por los brazos con firmeza sorprendente para su edad.—Vamos adentro, rápido —ordenó.La seguí como pu
42BlakeEl chirrido violento de unas llantas rompió la calma del pequeño pueblo al que me había guiado Seraphina por teléfono. Apreté el volante con tanta fuerza que sentí crujir el cuero bajo mis dedos.Salté de la camioneta sin perder tiempo, con el corazón desbocado y una furia tan densa que me quemaba por dentro. La desesperación me arañaba la garganta.—¡¿Dónde está?! —rugí, mi voz estallando como un trueno en medio de la nada.La anciana que me esperaba en el porche palideció y, temblorosa, solo atinó a señalar hacia el interior de la casa. No necesitaba más.De una patada abrí la puerta, la cerradura voló hecha pedazos. Mis ojos encontraron de inmediato su figura en el suelo. Seraphina. Inmóvil. El rojo maldito de su sangre extendiéndose como una condena sobre las tablas.—¡Sera! —grité, y me lancé de rodillas a su lado.La tomé con el mayor cuidado posible, aunque me temblaban las manos. Era demasiado liviana… demasiado frágil.—Se desmayó hace poco… estos huesos ancianos no
1SeraphinaLlevo seis meses trabajando en Enterprise Éter, para el mismísimo Ryder J. Thorne.La primera vez que lo vi, no pude evitar babear un poco. O sea, ¿cómo no hacerlo? Ese hombre parecía sacado de una campaña de ropa cara: alto, cabello oscuro siempre perfectamente despeinado y una mirada capaz de atravesarte sin pestañear. Pero el encantamiento me duró lo que un suspiro. Recordé que necesitaba el trabajo y que babear por el jefe estaba al final de la lista de cosas que no debía hacer jamás.—¡Astor! —gritó desde su oficina, y pegué un salto en mi silla.Juro que lo hace a propósito. Le gusta asustarme. Estoy segura de que debe reírse por dentro cada vez que pego un respingo como si me hubieran disparado.—Dígame, señor Thorne —respondí al entrar en su oficina, mi campo minado personal. Llevaba la tablet entre las manos, lista para anotar lo que sea que se le hubiera ocurrido esta vez.Él no levantó la vista. Solo hojeaba los documentos que, por cierto, yo misma le habí
2SeraphinaHan pasado casi tres años desde que mi jefe y yo... no quiero ni decirlo.Salimos de una reunión que se había extendido más de lo que el señor Thorne había previsto, y eso significaba una cosa: mal humor asegurado. Su aura de "no me toques o muerdo" era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.La única que se atrevía a acercarse a él en ese estado era yo. Porque era la única a la que no mordía... al menos no siempre. Suspiré, más para mí que para alguien más, mientras lo seguía por el pasillo.—¿Por qué suspira, señorita Astor? —preguntó de pronto, con ese tono seco que usaba cuando estaba irritado.Me sobresalté ligeramente, sin detenerme.—Señor Thorne, tengo que ir al médico —dije, sin mirarlo.—¿Cómo que al médico? ¿Por qué? ¿Te sientes mal? —se detuvo de golpe, lo que me obligó a frenarme justo a tiempo.—No, no —negué con la cabeza, mintiendo un poco. No quería que se metiera en mis asuntos. Me ponía nerviosa cuando me miraba con esos ojos grises, fríos