Graham, un guerrero highlander, y Leslie, una chica del servicio en su castillo, viven enamorados en Escocia, durante el siglo XVIII. Al menos, ellos creen que son el uno para el otro, pero la realidad es que el nieto del laird y la doncella mantienen una relación llena de altibajos y dudas. Ducan e Isobel son pareja en la Escocia actual, un bailarín con valores muy conservadores y una aventurera que intenta no atarse a nada… también creen que su relación es para siempre; pero el destino no para de mostrarles lo diferentes que son. ¿Qué pasaría si una maldición resultara ser una bendición? Durante años, las mujeres del clan MacAllister sufren una especie de maldición que hace que viajen en el tiempo. Leslie e Isobel mueren el mismo día y renacen la una en la época de la otra, ¿casualidad? no mucha. Tal vez el amor de sus vidas siempre ha vivido en otra era y ya es hora de conocerlo. ¿Podrán Graham y Duncan soportar el intercambio? ¿Podrán ellas adaptarse a su nuevo estilo de vida? ¿Volverán a verse?
Leer másIsobel nunca se habría imaginado que aquel día iba a morir.
El reto de subir a Ben Nevis, la montaña más alta de Reino Unido, no suponía un gran esfuerzo para Isobel. No podía evitar apuntarse a todas las excursiones que encontraba en línea o en folletos en establecimientos hacia los Montes Grampianos.
Cuando Isobel llegó a la cima de la meseta, a aproximadamente mil trecientos metros sobre el nivel del mar, esperó a que los demás excursionistas se alejaran para continuar por otro camino, deseaba un momento de tranquilidad para extender el tartán en el suelo y sentarse sobre él. Alejarse del resto de viajeros para poder contemplar la vista que se hallaba ante tus ojos hacía que mereciera la pena renunciar al resto del recorrido. Ya los encontraría en el aparcamiento cuando terminase de disfrutar de la sensación que producía el aire escocés en el rostro. Encontrarse en aquel lugar le trasmitía una calidez, una sensación de felicidad tan intensa, que era superior a cualquier otra sensación que hubiese sentido. Ni siquiera cuando consiguió su primera perforación en el labio a escondidas de sus padres, quién estaban en desacuerdo con cualquier adaptación permanente al cuerpo humano, incluyendo tatuajes.
Isobel no era muy dada a seguir las reglas, ya que además de la perforación en el labio, también se había tatuado una mariposa emprendiendo vuelo en el hombro. Un tatuaje delicado y femenino que había escogido su novio la primera semana en la que se conocieron, uno de los gestos dulces y espontáneos de él que hizo que ella cayera perdidamente enamorada.
No pudo evitar soltar un suspiro al pensar en Duncan.
Duncan, su encantador chico, similar a un príncipe, quién odiaba ensuciarse y, por lo tanto, hacer actividades con ella, pues estas siempre involucraban mancharse las manos con tierra o tener que enviar la ropa a la lavandería al siguiente día. Isobel intentaba no tomárselo personal, a fin de cuentas él se mostraba incómodo llevando a cabo cualquier actividad que supusiera abandonar un salón de baile o no involucrase con la alta sociedad de Escocia. Aunque no podía ignorar la manera en la que su pecho descendía con resentimiento y dolor, ya que ella había hecho cosas que la incomodaban para complacerle. Isobel era alocada, le encantaba romper sus propios límites y amaba la aventura y Duncan, usualmente, se mostraba reacio a abandonar su zona de confort. No era arriesgado, pero ella esperaba que lo intentara, sobre todo teniendo en cuenta que solía desvivirse por hacerla feliz.
Eran tan distintos que a las personas se les hacía difícil de creer que estuviesen juntos. Isobel rara vez hacía uso de los modales que su madre le inculcó, pero Duncan era la amabilidad y la educación personificada pese a su aire reservado. Ambos provenían de un linaje noble y familias con historia y de dinero antiguo, pero mientras Isobel no le prestaba ningún tipo de atención a los privilegios que eso representaba, Duncan los abrazaba con los brazos extendidos, aunque su padre no estuviera de acuerdo con sus intereses. Pese a sus diferencias, sin embargo, había una cualidad que poseían ambos que los había atraído como imanes la primera vez que se vieron.
Su punto en común.
No encajar con los demás.
Duncan, con su delicada personalidad, rompía los estereotipos masculinos impuestos por la sociedad. Desde que hizo conscientes a sus padres a la tierna edad de diez años de su sueño de pertenecer al Ballet de Edimburgo, sin importar que lo que se esperara de él fuera que se dedicara únicamente al negocio familiar de insumos médicos. Isobel, con su terquedad y comportamiento impaciente y a veces grosero, pocas veces había sido notada positivamente por alguien que perteneciera al mundo en el que se había criado y al que por más que quisiera, no podía abandonar así como así; porque, aunque a veces pareciese que estuvieran atrasados unos cuantos siglos en comparación a ella y al resto de la humanidad, era hija única y amaba profundamente a sus padres, además de que estos eran muy apegados a ella debido a que habían tenido dificultades para concebirla.
No era una dama y él no era un caballero.
Y amaba a Duncan, o eso pensaba, ya que no se sentía tan cómoda con nadie como se sentía con él. Con el rubio de ojos dorados podía ser ella misma. Isobel, la temeraria. Isobel la fuerte. Isobel la ruda. Duncan era serio la mayor parte del tiempo, también muy estricto en lo que se refería a su estilo de vida, pero siempre se había interesado por escucharla cuando le dirigía la palabra, lo que no podía decir que hicieran el resto de las personas en su vida. Quizás no la complaciera, como en ese instante que se había negado a acompañarla a la excursión, pero siempre intentaban entenderse el uno al otro. Encajaban porque eran como dos piezas sobrantes de un puzzle, se hacían compañía mutuamente.
A pesar de que no iba con ella a sus excursiones, eran felices.
Había algo, sin embargo, que le impedía dar el siguiente paso en su relación pese a que Duncan se lo había pedido varias veces. Isobel sentía que el matrimonio era incorrecto para ellos, al menos en ese momento. Ella le había explicado cómo se sentía y él, a pesar de no tomárselo del todo bien ya que llevaban cinco años juntos, había acabado por aceptarlo, y le había dicho que estaría listo para llevar su relación un paso más allá apenas ella lo estuviera.
Duncan quería hijos.
Quería que se mudaran a la casa, una mansión, en realidad, a las afueras de Edimburgo que sus padres le habían dado en su último cumpleaños. Isobel solo quería seguir disfrutando de su libertad.
Tras pensar en su situación actual un poco más, se obligó a sí misma a despejar la mente y a recostarse sobre su tartán mientras respiraba el aire puro, y observaba el hermoso atardecer. Mantenía un cuarzo que recogió del suelo entre las manos, a la vez que deseaba que todos sus problemas pudieran solucionarse; en especial sus dudas con respecto a lo que debía hacer con su vida.
Se acababa de graduar en derecho y su padre esperaba que tomara su puesto en el pequeño, pero lujoso y de buena reputación, bufete que manejaba, pero Isobel quería tomarse un tiempo lejos de todo y viajar por Europa. Aislarse de la tecnología y disfrutar de los paisajes naturales que el mundo tenía que ofrecer, antes de que tuviera que tomar responsabilidades. Amaba su carrera y estaba segura de que disfrutaría desempeñándola. Necesitaba, sin embargo, alejarse un momento de Edimburgo.
Su cuerpo lo podía a gritos. Todavía recordaba a pleno detalle la ansiedad que había sentido, el hundimiento de su estómago y las ganas de vomitar, durante su último examen para graduarse y durante los últimos dos de su relación por hechos que no había compartido con su pareja, pero que la estaban carcomiendo por dentro. Quería un tiempo con la mente libre de ellos. De la ansiedad y la exigencia. Duncan la apoyaba, pero no la acompañaría si decidía viajar, debido a que no renunciaría a una importante temporada de actuaciones de baile.
Ante el recuerdo de ello, su corazón se apretó al pensar en una razón más por la que no estaba lista para decirle que sí a cualquier propuesta de Duncan. Estaban juntos, pero de algún modo separados. Isobel se sentía amada y comprendida, apreciada, pero también profundamente sola. El cariño y el respeto que se tenían no eran suficiente. Les faltaba pasión y algo más. Algo que le decía que quizás estaban destinados a ser compañeros, pero no amantes.
No podía imaginarse junto a alguien que no quisiera acompañarla a dónde sea que fuese, incluso en contra de sus propios deseos. Por más que quisiera a Duncan, el que no estuviera allí, era la prueba de que su relación no era lo que buscaba. Por cómo se sentía, sabía que no quería seguir estando sola. Que quería a alguien con quien compartir más que una cama y una rutina.
Tras luchar con sus extremidades para ponerse de pie, ya que tras enfriarse se sintió agotada, se esforzó por bajar la colina tan rápido como pudo. Quería llegar a la parte de abajo y llamar a Duncan para que viniera a buscarla. Necesitaba terminar su relación cuanto antes para que ambos pudieran encontrar a ese ser especial que tanto ansiaban, ya que la triste realidad era que no parecían ser el uno para el otro, pero también admitía que no quería perderlo. Con un poco de suerte continuarían siendo amigos.
Isobel no se percató de que había transcurrido demasiado tiempo perdida en sus pensamientos, y a medio camino de la bajada ya había anochecido y su linterna se había quedado sin batería. A pesar de ese inconveniente continuó por el sendero confiando en el resto de sus sentidos. Para su mala suerte comenzó a lloviznar, y las gotas de agua vinieron acompañadas de un cielo iluminado por los relámpagos y el característico retumbar de los truenos. A pesar de saber que podía ser peligroso, apresuró el paso cuando a la tormenta se le sumó una violenta ventisca. A cada paso que daba le era más difícil avanzar, y casi no veía si no colocaba una mano sobre los ojos como visera. Había ido tantas veces que conocía el camino de regreso casi de memoria, pero recientemente hubo un derrumbe en el que algunas zonas quedaron modificadas y a pesar de que vio los pequeños desastres que ocasionó al subir la meseta, no los recordaba a todos. Empezó a titiritar en parte por frío y otro poco por miedo. Maldijo entre dientes cuando resbaló por una pequeña pendiente y se vio obligada a luchar por unos instantes para recobrar el equilibrio. Durante esos segundos no se percató de que había una grieta aún más ancha a unos cuantos metros por delante de ella. Tropezó sin posibilidad de evitarlo y cayó colina abajo. En su descenso se golpeó con cada obstáculo que encontró hasta que se detuvo contra un tronco.
Ni siquiera intentó levantarse, por el dolor de su cuerpo sabía que sería imposible hacerlo. Se encontraba tan malherida que solo un milagro lograría salvarla.
En su último aliento de vida, pensó en Duncan y en sus padres. En lo mucho que sufrirían al recibir la noticia de su accidente, y en como su vida iba a acabar cuando tenía tantas cosas por hacer. Las lágrimas escaparon de sus ojos y de su garganta escapó un sollozo casi mudo. Ya no le quedaban fuerzas para mantenerse consciente. Moriría sola y nada podría evitarlo.
Su último pensamiento fue desear que fuera posible retroceder en el tiempo y evitarlo, sin tan solo las agujas del reloj pudiesen dar marcha atrás...
Una vez se sentó con ella en sus piernas pese a los intentos de huir de su esposa, cuyas mejillas se habían sonrojado, esta se dirigió a él con el ceño enormemente fruncido ya que con un solo acto acaba de echar al traste cualquier respeto que pudo haberse ganado por su cuenta.─Me acabas de hacer ver como una estúpida ─refunfuñó.Graham besó su mejilla, a lo que Isobel se derritió por dentro.No podría estar molesta con él ni aunque quisiera, pero al menos era lo suficientemente fuerte como para aparentarlo.─Eres mi esposa ─gruñó cuando acercó sus labios a los suyos e Isobel no los separó a modo de protesta, sin entender el por qué de su comportamiento─. Puedo hacer con mi esposa lo que quiera.Isobel se cruzó de brazos, molesta.─De donde vengo, eso que acabas de decir sonaría muy mal.Graham se encogió de hombros.─En donde estamos, me perteneces y puedo hacer contigo lo que desee… ─murmuró contra sus labios mientras lleva una mano al dobladillo de su vestido, a lo que Isobel se t
Los preparativos para la fiesta de bienvenida del Rey de Escocia marcharon mejor de lo que Isobel y posiblemente todos esperaban dado su grado de inexperiencia, sobre todo Jonathan, quien no dejaba de verla con la frente arrugada con disgusto debido a que sus planes para dejarla como una inútil se habían ido por la culata. Por mucho que le costara admitirlo, Claudia había resultado de gran ayuda para ella ya que era imposible que en tan poco tiempo se aprendiera los nombres de todos los integrantes del clan y de los miembros de la corte que acompañarían al su majestad. Tampoco era completamente aburrida o desagradable, sino más bien todo lo contrario.En realidad era la mejor compañía femenina que había tenido desde que llegó, haciéndola reír incluso cuando se esforzaba por no hacerlo debido a que tenía mucho que resentirle por Graham.─Y, por último, evita ser extremadamente amable y amistosa. Eres la esposa de un futuro Sir, no una maldita sirvienta ─le dijo después de terminar de m
Tenía mucho que hacer, así que pospuso temporalmente sus encuentros con Alice y Francis para empezar con los preparativos del baile. Solo tenían dos días para ello, por lo que se dedicó a ayudar a la servidumbre con la limpieza del salón mientras pensaba en cómo haría la decoración sin la ayuda del sofisticado equipo que su madre solía contratar para que hiciesen la visión dentro de su mente una realidad. No era primavera, por lo que no tenía nada salvo hielo y nieve para ambientar el salón debido a la ausencia de flores durante esta estación.Acababa de desempolvar una de las cortinas cuando Sean asomó su cabeza plateada en el enorme salón de baile, mirando con algo de horror cómo la esposa de su nieto estaba sentada en el suelo, fregándolo como una sirvienta. Sin dudar, la instó a levantarse cuando estuvieron cerca. Se aclaró la garganta antes de hablar a pesar de que ella ya le estaba prestando la suficiente atención.─Graham mencionó lo infeliz que fuiste el día de tu boda debido
Isobel parpadeó, sin poder creer que ese hombre fuera tan cínico como aparecerse en las tierras de su familia luego de tanto tiempo ausente a la vez que Graham también lo hacía. Era como un cáncer sin cura del cual su esposo no podía deshacerse hiciera lo que hiciera. Tras vestirse con un vestido azul cuyo corsé ordenó que no apretaran demasiado y dejar su cabello mojado suelto sobre sus hombros para que se secara más rápido, se echó un vistazo al espejo de metal y sonrió mientras acariciaba su vientre con sus manos. Esperaría un par de semanas más antes de darle la noticia a Graham, cuando estuviera segura. Ya que hacía un día frío, cubrió su cuerpo con una capa de piel antes de bajar al salón.Mientras descendía las escaleras, se sorprendió a sí misma con el hecho de que después de haber pasado casi todo el día anterior durmiendo, parecía haber hecho las paces con la idea de ser madre cuando nunca se habría imaginado a sí misma teniendo hijos antes de los treinta.Al entrar en el co
Por el resto del día Isobel a penas fue capaz de ver a Graham a los ojos. Aunque era buena ocultando cosas y moldeando la verdad a su conveniencia debido a su profesión de abogada, por algún motivo no era capaz de mantener su conciencia tranquila en lo que se refería a esconderle la sospecha de su embarazo; pese a que pensaba que estaba haciendo lo correcto ya que no quería darle lo que tanto había estado pidiendo a gritos que quería durante los pasados días y luego arrebatárselo diciéndole que solo era un malestar gastrointestinal.El té que Claire le preparó la había ayudado bastante a recomponerse, pero todavía seguía cansada, así que huyó a su habitación a penas la comida terminó y se encerró en ella para descansar, pasando también de la cena. Sean había secuestrado a su esposo para hacer un recorrido por sus tierras, así que Graham no vino a ella hasta después de que se sirvió la última comida porque había tenido que atender a unos miembros importantes del clan. De no ser por ell
PasadoIsobel reaccionó a las palabras de Francis quedándose sin aliento.─¿Muriendo? ─preguntó, su estómago hundiéndose ante la idea de volver a pasar por la misma experiencia siniestra para regresar: el dolor indescriptible, la oscura profundidad y el inevitable vacío que la engulló hasta que todo a su alrededor desapareció, quedando ella y nada más.Francis asintió.Aunque había tenido un debate interno sobre si contarle o no esa historia a Isobel, finalmente había optado por hacerlo porque ella merecía ser consciente de todas las alternativas y opciones a su alcance.─Es la única manera que no ha sido probada del todo ya que Jonathan llegó a tiempo para impedirlo, pero que podría funcionar ─susurró, agachando la mirada─. Después de eso huyeron y se casaron, manteniéndose a escondidas hasta que Graham nació y se dieron cuenta, al presentarlo con Sean, que ya el escándalo de ellos dos juntos había pasado. Realmente la amaba. Su mirada cuando Haidee estaba con vida es muy diferente a
Último capítulo