Eros giró para mirar a su hija. La mirada risueña de la pequeña le llenaba el corazón de ternura, aunque también le provocaba un leve nerviosismo. Sin decir una palabra, se acercó a ella con cautela y se inclinó para admirar su dulce belleza. Al mirar esos ojitos brillantes que irradiaban inocencia y alegría, despertó en él una mezcla de amor y preocupación.
—Alfa guapo ¿Quiere ver los pececitos conmigo? —articuló Eos haciendo puchero y moviendo sus manitas de un lado a otro.
Eros y Hércules, al escuchar esa vocecita tan tierna, se ablandaron de amor. Hércules estaba enamorado de su cachorra hasta la médula, y Eros sentía su corazón oprimido de emoción. Estaba completamente feliz en ese instante; todavía no podía creer que ella fuera suya, su cachorra. En ese momento, no quería que nadie interrumpiera. Él simplemente deseaba complacer a su pequeña en todas sus peticiones.
—Es un placer para mí acompañarte —dijo Eros con voz enamorada—. Desde hoy, puedes pedirme lo que desees, mi prince