El escándalo más grande del año en la Universidad de Ríoalto estalló de golpe, sin previo aviso: ¡un video íntimo de Elsa comenzó a circular en el grupo general del campus!
Grabado en la suite presidencial de un hotel de lujo, el clip la mostraba completamente expuesta, con las muñecas atadas a los brazos de un hombre mayor, la espalda contra un ventanal enorme y una atmósfera tan cargada de sonidos que no dejaba lugar a dudas.
Al final del video, el hombre se inclinaba hacia su oído y murmuraba:
—Te portaste muy bien.
Dos palabras. Suficientes para desatar el infierno.
"¿Esa voz no es la de Diego?"
"Elsa sí que se luce. ¡Terminó en la cama con el presidente del consejo universitario! Ahora entiendo por qué nadie se atrevía a tocarla."
"Siempre parecía una mosquita muerta, pero miren nada más... Aunque bueno, hija de amante, ¿qué se puede esperar?"
Elsa se enteró mientras estaba en su dormitorio, tejiéndole una bufanda a Diego. Una de sus compañeras subió el volumen del video, con una sonrisa burlona en la cara, y lo mostró a todas.
—Elsa, con esos gemidos... ¿cuánto tiempo llevas ensayando?
Las risas estallaron al instante.
Elsa se quedó congelada. Blanca como papel. La bufanda cayó al suelo y ella salió corriendo sin decir una palabra.
Fue directo a la oficina de Diego, desesperada, buscando una explicación. Pero justo al llegar, escuchó voces dentro.
—Diego, te pasaste. Se le ve la cara clarita. Ni cómo lo niegue.
—Pues que no se hubiera metido con la mujer que tú realmente amas. Esto fue venganza, y bien merecida.
—Y encima tuviste que inventar que la mamá de Elsa era amante, y hacerte el héroe para protegerla de las bullies. ¡Un show completo!
—Oye, ¿y cuándo le vas a soltar la bomba? Cuando se entere que el hombre al que ama desde siempre es su futuro cuñado... uff, se va de espaldas.
Diego estaba recostado en el sofá, cigarro en mano, golpeando el cenicero sin mucho interés. No decía nada.
Uno de sus amigos, al ver su silencio, le soltó:
—No me digas que ahora te arrepentiste. No se te olvide que Elsa fue la que logró exiliar a Olga dos años. La dejó tirada en otro país, sin un peso. Esa no merece ni media lágrima.
Al escuchar el nombre de Olga, Diego al fin reaccionó. Aplastó el cigarro y murmuró:
—Cuando Olga vuelva. Justo en el aniversario que Elsa tanto espera... ese día le voy a dar la sorpresa de su vida.
Y le voy a cobrar, una por una, todas las que le debe.
Elsa sintió un golpe seco en el pecho. A través del humo, miró ese rostro que alguna vez le pareció protector. Ahora solo veía frialdad.
¡Las humillaciones contra su madre venían de él! Todo había sido un engaño. Diego se le había acercado solo por venganza. Su verdadero amor era Olga. Su media hermana.
No pudo seguir escuchando. Salió corriendo. Pero antes de alcanzar el pasillo, un grupo de chicas le cerró el paso.
—¡Miren quién apareció! La celebridad del video.
—¿Vienes saliendo de la oficina? ¿Otro servicio?
Elsa intentó esquivarlas, pero entre empujones, burlas y carcajadas, la rodearon. De pronto, una voz grave y cortante retumbó detrás de ellas:
—¿A quién se le ocurre ponerle una mano encima a Elsa delante de mí? ¿Están buscando problemas?
Era Diego. Acababa de salir de la oficina. Alto, serio, con paso firme, se acercó y las chicas se esfumaron como si las hubiera barrido el viento.
Se acercó a Elsa, le acomodó el cabello con cuidado y, con una expresión calmada, le acarició la mejilla.
—Te lo dije. Si vuelven a molestarte, solo di mi nombre.
El olor a tabaco la envolvió. El mismo de siempre. Ese que la hacía sentirse a salvo. Por un segundo, los ojos le ardieron.
Era el mismo Diego que tantas veces la defendió. El que la sostuvo cuando todo a su alrededor se vino abajo.
Cuando su madre se quitó la vida y su padre volvió con su primer amor, Elsa se quedó sola en el mundo. Luego vinieron los rumores. Que su madre había sido solo la amante. Que Olga era la verdadera heredera de los Lima.
Ser la hija de la otra la condenó al desprecio de todos. Y fue Diego quien la sacó de ese pozo. Desde su lugar como presidente del consejo universitario, le construyó una burbuja donde nada podía tocarla.
Ayer había sido su cumpleaños. Habían bebido de más.
Y en esa mezcla de alcohol y confusión, terminaron en la cama.
Diego la tomó con fuerza, la apretó contra el ventanal, sus cuerpos temblaban entre sí.
Y Elsa creyó que, por fin, había encontrado un lugar al que pertenecía.
Nunca imaginó que ese refugio era una trampa.
Todo le daba vueltas. Cuando volvió en sí, ya estaba en el asiento del copiloto, dentro del auto de Diego.