Al mediodía, Bianca cojeaba hacia la cocina en busca de algo de comer. Tenía mucha hambre. Antes de que pudiera llegar a la puerta, esta se abrió y Efraín entró.
—¿No sabes tocar? —le dijo ella, molesta. Este tipo la sacaba de quicio.
—¿Necesito tocar para entrar a mi propia casa? —respondió él, y sin más, la levantó en brazos—. Cállate, vamos a comer.
Bianca, que estaba a punto de gritar, se calló y se dejó llevar. La verdad era que no le desagradaba estar en sus brazos. Al darse cuenta de lo que estaba pensando, se reprendió mentalmente. ¿Cómo podía gustarle que ese demonio la cargara? Tímidamente, levantó la vista para mirarlo. Su cara se sonrojó. Tenía que admitir que era muy guapo.
—No sabía que te gustaba espiar a la gente —dijo él con voz burlona.
Bianca sintió que la cara le ardía.
—Solo estaba viendo el techo —masculló.
Él se rio.
—Ja. —Esta mujer era de verdad terca, y eso le pareció divertido—. Pesas mucho.
Al oír eso, sintió que ella tensaba sus brazos. Levantó su cara son