Alfredo no lo pensó dos veces y regresó a su departamento. Hizo una llamada a su amante y, aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez, la mujer no tardó en llegar, como siempre. En realidad, Alfredo la apreciaba; sin importar cuándo la buscara, ella siempre parecía feliz y nunca le exigía nada. Era precisamente por esa razón que su acuerdo había durado tanto tiempo.
—Alfredo, ¿en qué piensas? —preguntó ella mientras ambos yacían en la cama después de haber estado juntos. Él jugaba con los largos y sedosos mechones de su cabello, enredándolos en sus dedos.
—En nada, solo te extrañaba —respondió él, pero su mirada estaba perdida en otro lugar, ausente de cualquier ternura.
—Ay, nunca eres sincero conmigo —suspiró la mujer con suavidad—. Por cómo te ves, sé que ya tienes a alguien más en el corazón. Qué envidia me da. ¿Quién será la afortunada? —añadió, inclinando la cabeza con una mezcla de curiosidad y burla en sus ojos brillantes.
—Si ni yo lo sé, ¿por qué te daría curiosida