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Capítulo 3: Una propuesta seria.

Vania sabe que es una locura, ella nunca ha hecho algo así, de hablar con extraños del sexo opuesto, en espacios cerrados y sin alguien conocido que la acompañe. Tanto sus padres, como su hermano y su amiga siempre le han dicho que no lo haga, que puede ser peligroso, pero para ella es inevitable no conocer a aquel hombre.

Más allá de su apariencia, son las sensaciones con un simple toque los que la atraen. No puede negarse a conocerlo, es casi como si su destino dependiera de ello.

—Y bien, ¿qué quiere saber de mí? —le pregunta con suavidad, tratando de controlar sus nervios crecientes.

—Me interesa eso de que eres griega —es lo que menos le importa, pero necesita llegar a ella de alguna manera y eso es lo más sencillo.

—Llegué aquí hace un par de años —le responde ella con una sonrisa y mirando la mesa, porque esos ojos grises la intimidan—, terminé la escuela aquí e ingresé a la universidad, vivo con mi hermano que está montando una empresa junto a mi primo, les ha costado un poco sacarla adelante, pero al menos ahora pueden estar más tranquilos.

—¿Qué estudias?

—Literatura.

—Ya veo, un ratón de biblioteca —dice él con un atisbo de diversión, pero a Vania no le sienta para nada la broma.

—Mejor uno de biblioteca que uno de alcantarilla —dice mirándolo a la cara, evidentemente molesta y él sonríe pensando que si fuera otra la mujer que le dijera eso, la dejaría con las ganas, pero con ella no puede. La necesita.

—Me disculpo si mis palabras salieron con mala intención, pero no es así. Admiro a las personas que les gusta leer, las considero cultas y de otro mundo.

—No somos tan extraordinarios, solo tenemos intereses distintos a otros —bebe un poco de su bebida y le pregunta—. ¿Y usted a qué se dedica?

—¿Para qué quieres saberlo? ¿Quieres saber si soy un alto ejecutivo? —la actitud brusca de Mateo la deja perpleja, lo que no sabe es que esa pregunta siempre se la hacen las mujeres que están interesadas en su dinero y posición, pero ella no es así.

—Bien… como no está interesado a responder las preguntas que yo le haga, le pediré que se retire y me deje disfrutar unos minutos más a solas.

—Vania, por favor, no me malentiendas —se aprieta el puente de la nariz y respira con frustración, nunca ha tenido que rogar para conocer a una mujer y eso lo frustra demasiado—. Sé que fui grosero, pero no quiero irme.

—Si está esperando a sacarme información, pero no darme un poco de la suya, entonces no hay nada más que hablar, ¿quién me dice que no es un ladrón, estafador, violador o quién sabe qué otras oscuras intenciones tenga?

—Te aseguro que ninguna de esas —se pone de pie, se sienta a su lado para tomarla de las manos y mirarla a los ojos—. En verdad quiero conocerte y pasar un momento agradable contigo.

Ella se pierde en sus ojos, en el roce de sus manos y se imagina cómo sería sentir esas manos fuertes y grandes por su cuerpo. Respira pesadamente, sin poder evitarlo, sus labios se entreabren levemente y Mateo lo ve como una provocación, la invitación a tomar esos labios, reclamarlos como suyos.

Se abalanza sobre ella para besarla y pierde todo el control, sus labios son extremadamente dulces, suaves, la gloria misma sobre la tierra. Tira de ella, sin dejar de besarla, para sentarla sobre su regazo a horcajadas.

Sus manos recorren la espalda de la joven, pero la chaqueta es una verdadera molestia, se la quita sin que Vania pueda protestar, aquel hombre le ha robado la sensatez desde que se cruzo en su camino y no puede negarse, es imposible alejarlo de su cuerpo.

Mateo recorre la piel desnuda de Vania, descubriendo que en el mundo hay algo más suave que la seda o el algodón, sus manos bajan a la cadera de la chica y la presiona contra su entrepierna, que está dura, lista para la acción. Ella deja salir un gemido y Mateo se separa de ella con dificultad para mirarla a los ojos.

—Ven conmigo.

—¿A dónde? Yo no…

—No te niegues, vamos a un lugar más privado que este.

Vania se debate entre decir que sí o irse de allí, su instinto le dice que corra lejos de aquel hombre, que no es bueno dejarse llevar, pero su corazón le grita que se deje llevar a donde sea, porque él es el hombre que siempre soñó.

Ante el silencio de Vania, Mateo solo se pone de pie, la toma de la mano y la saca de allí. Camina hasta el final del pasillo, marca un código en un tablero que hay allí y se abre una puerta. Vania tiene las hormonas tan disparadas, que casi no se sorprende. Mateo la lleva a un ascensor, suben en él y en cuanto las puertas se cierran, comienza a devorarla nuevamente.

—Mateo… nos pueden ver.

—No, nadie usa este lugar, tranquila.

Sus dedos deshacen el nudo de la blusa y comienza a tirar de ellos, están tan perdidos en sus sensaciones, que no se dan cuenta de que las puertas ya están abiertas para ellos. Mateo la toma por la cintura, la obliga a que lo rodee con sus piernas por la cintura y la saca de allí con dirección a la sala, porque no puede esperar más.

—¡Ah! —el gemido sale de la boca de Vania cuando él chupa su cuello y le quita la tela que cubre sus senos.

Mateo se lleva uno a la boca, mientras Vania se retuerce bajo sus manos. Nunca tuvo una mujer tan receptiva a sus caricias, mucho menos sin la influencia del alcohol, sentirla moverse bajo él lo enloquecía a niveles que no podía manejar, aquella mujer estaba ebria, pero de pasión pura y ardiente.

Las caricias de Mateo, los jadeos de Vania y el deseo saturan el lugar, sin dejar espacio a nada más que las sensaciones. Ninguno aguanta más, por lo que el hombre se aparta lo suficiente para desnudarse y terminar de quitarle la ropa a ella. En el proceso solo puede ver aquel cuerpo de una diosa griega, lista para su disfrute.

En pocos segundos, Vania cierra los ojos y deja salir un grito cuando la lengua experta de Mateo se mueve en aquel lugar inexplorado. El hombre bebe como si fuera el más delicioso elixir que los dioses han dispuesto para él, hasta que aquel estremecimiento y los gritos de Vania le dicen que ha alcanzado su objetivo.

Mateo se coloca un preservativo, se posiciona sobre ella, quedando con su rostro frente al de la chica y de un impulso entra en ella, arrancándole un grito de dolor. Se queda paralizado por el descubrimiento que ha hecho, la ve soltar un par de lágrimas de dolor, la besa con dulzura para ayudarla a relajarse y se queda quieto.

La sensación de estrechez lo está enloqueciendo, pero quiere que ella pueda gozar su primera vez tanto como él lo hará, porque nunca tuvo la oportunidad de estar con una mujer virgen.

—Shhh, tranquila, ya pasará… —le dice sin dejar de besarla con suavidad.

Le quita las lágrimas del rostro, lo que a ella le provoca una ternura en su corazón, se deja besar y consolar, hasta que aquel fuego se vuelve a encender. Con su cadera lo invita a moverse y todo se vuelve a iniciar.

Las sensaciones que los dos sienten están lejos de este mundo, para Mateo es indescriptible y a la vez aterrador saber que con nadie se sintió así, ni siquiera con su esposa, por lo que aquella chiquilla se podía volver peligrosamente adictiva.

Para Vania, quien nunca experimentó nada de eso, era por completo nuevo, delicioso y querías más.

—Mateo…

—Dime, preciosa, ¿qué quieres?

—Quiero más —le dice ella con la voz ahogada por el placer.

—Más duro… más rápido…

—No lo sé, solo sé que quiero más…

Sus uñas se entierran en los brazos de Mateo cuando aumenta el ritmo y sus embestidas se vuelven más despiadadas, ambos entran en un estado de frenesí que los envuelve.

—Mírame… —le dice con voz ronca a Vania y ella lo mira con sus bellos ojos—. Quiero que me veas a los ojos cuando llegues… y que grites todo lo que desees.

Unos segundos después, Mateo reconoce que ella se perderá en la miel del placer y se prepara para irse con ella. Ambos mirándose fijamente, ella gritando su nombre y él dejando salir el aire entre los dientes, aquella sensación ha sido realmente sublime.

Se queda con ella así unos minutos, hasta que recupera el aliento. Se mueve, se acomoda con ella en el sofá y se quedan dormidos allí, por completo satisfechos por lo que acaban de experimentar.

Por la mañana, el primero en despertar es Mateo, que se mueve con cuidado de no despertarla. La ve tan frágil, joven y hermosa, que aparta la mirada para no sentir nada más que deseo. No debe olvidar que la chica es solo un buen sexo y nada más.

Por nada del mundo puede dejar que ella se convierta en algo más importante que un buen desahogo, porque es mujer y todos saben que las mujeres son traicioneras. Seguramente ella no era diferente a las demás, que con su carita de inocente, terminó sucumbiendo a sus caricias y besos.

«Pero fui el primero», se dice en su mente. Sin embargo, nada le aseguraba que ella no hubiese estado de alguna otra manera con un hombre, porque el modo que se comportó con él fue demasiado liberal.

Pensar en eso lo pone de malhumor, por lo que es mejor pensar en que fue el primero en todo.

Se fija en la mancha que ha quedado en el sofá, prueba de que le pertenece su virtud y sonríe satisfecho. Aunque nunca fue una fantasía, haber sido su primer hombre le daba una sensación de poder que no había experimentado antes.

De pronto, los ojos de ella comienzan a abrirse y se posan en el hombre que permanece de pie a su lado, completamente desnudo, haciendo que se ruborice. Intenta cubrirse, pero él se lo impide.

—No tiene sentido que lo hagas —le extiende la mano y ella la toma con cierto miedo—. Ya sabes que no debes temerme, por eso, quiero proponerte algo… ven conmigo a La Toscana por el fin de semana.

—Mateo…

—Por favor, Vania, no me digas que no… acompáñame unos días, quiero pasarlos contigo, lejos de todo esto. ¿Qué me dices?

Y ella se queda en silencio, porque su instinto le sigue gritando que no lo haga, pero su corazón nuevamente le grita que sí, porque ha encontrado al hombre de sus sueños, el que siempre pensó que llegaría para quedarse con ella por el resto de su vida.

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