—Ella… —el administrador verifica en su iPad y le dice con el ceño fruncido—. Aquí dice que está reservado por Roberto Samaras, puede que sea su hermana.
—Imposible, los Samaras se caracterizan por ser más rubios en cada generación, pero esa chica…
—Oh, ya veo… es amiga de la señorita Samaras, pidió que se le tratara bien y se le atendiera como si fuera ella misma, además de encargar que nadie la molestara.
—Me parece perfecto —dice Mateo con indiferencia, se pone de pie y se ajusta los botones de su traje—. Iré a recorrer el lugar y luego me iré, que el auto esté listo.
Deja su oficina y sin darse cuenta, sus pies lo guían por la pista hasta la escalera que lleva a los privados. La imagen de aquella muchacha bailando sola no se le ha ido de la mente y quiere conocerla, tal vez esos mismos movimientos de cadera pueda repetirlos en la cama.
Al llegar al pasillo de la zona VIP ve que la puerta de la chica se abre, delante de él va un hombre de unos veintialgo, que le cierra el paso y le invita un trago.
—No, gracias, yo no bebo… —intenta pasar por su lado, pero el hombre insiste—. ¿Podría dejarme pasar, por favor?
—Vamos, preciosa, acéptame la invitación y te prometo que pasaremos un momento delicioso.
—No estoy aquí para pasar un momento delicioso con nadie, así que por favor, hágase a un lado.
Es evidente el nerviosismo de la chica, por eso cuando el hombre está a punto de interponerse en su camino otra vez, Mateo sale al paso y la toma por el brazo con delicadeza, sintiendo una sensación extraña.
Vania va a reclamarle, pero al ver esos ojos grises que la miran con intensidad no consigue que le salgan las palabras.
—Disculpe, señorita, soy su guardaespaldas por esta noche, a petición de la señorita Samaras, si gusta puede decirme dónde se dirige y con gusto la acompaño para que nadie la moleste.
—S-solo v-voy al baño… —dice ella con los nervios de punta, aquel hombre es grande, imponente, pero no tiene ni la más mínima pinta de guardaespaldas.
El desconocido gruñe y se va de allí, mientras que Mateo acompaña a Vania al baño.
—Estaré esperando afuera.
—Cre-creo que es l-lo correcto —le dice ella con timidez y se mete dentro.
—¿Pero qué hago yo esperando a una mujer fuera del baño? —se pregunta unos minutos después, sin entender de dónde ha salido esa faceta protectora por una mujer, pero la pregunta se la responde Vania cuando sale con el cabello suelto y una sonrisa leve, que se le borra cuando lo ve allí.
—P-pensé que se había ido.
—¿Por qué me iría? Le dije que…
—S-sí, que es mi guardaespaldas, pero usted no es lo que dice ser… ese traje costoso, esa postura… dígame ¿qué quiere de mí?
Aunque su voz es dulce, su tono es firme y eso a Mateo le agrada, porque quiere decir que a pesar de que es tímida, no le teme. Pero la sonrisa se le borra en cuanto se da cuenta de sus palabras. Si sabe que su traje es costoso es porque los conoce bien, debe ser una de esas hijitas de papi que ha sido entrenada para oler el dinero y así cazar a un buen marido.
—¿Tan buen ojo tienes para darte cuenta si la ropa de la gente es costosa o no? ¿Acaso te entrenaste para ir tras un marido con una fortuna? —ella abre los ojos de sorpresa por las preguntas del hombre y no se demora en responderle.
—Ya v-veo, eso d-de ser mi protección es me-mentira… solo es un hombre adinerado que está bu-buscando a una chica para engatusarla y engañar a su esposa, p-pero lamento decirle que yo no estoy disponible para eso.
Ella le pasa por el lado para dejarlo con sus preguntas en el aire, pero Mateo no la quiere dejar ir. La retiene por el brazo y vuelve a sentir esa sensación, esa fuerte atracción que el cuerpo de la chica ejerce sobre él. Mientras que Vania siente que la respiración se le acelera, porque aquellos ojos que la desnudan en pocos segundos la ponen muy nerviosa.
—No has respondido mis preguntas.
—E-eso es lo que s-se espera de una persona que trabaja en una tienda de ropa exclusiva… si q-quedó satisfecho, ahora quiero regresar a pasar un rato tranquila.
—Discúlpame… fui demasiado grosero —le dice adulador, pero ella no cambia su expresión—. Me presento, soy Mateo De Santis, mucho gusto.
Le extiende la mano, pero ella lo mira con recelo y no se la da, él no se demora en hacer un gesto de disgusto y reclamarle.
—Cuando una persona se presenta y te saluda, es de buena educación que le devuelvas el gesto.
—N-nadie me obliga a darle la mano ni m-mucho menos mi nombre.
—No seas rencorosa, dime tu nombre —le dedica aquella sonrisa baja bragas que le da a las mujeres más difíciles, puede ver la lucha interna de Vania, antes de que ella al fin le responda.
—Vania Makris.
—¿Tu familia es griega?
—Llegué a Italia hace unos años para estudiar… —ella se detiene al darse cuenta que le está dando información personal, por lo que decide que es tiempo de escaparse de aquellos ojos que no dejan de recorrerla y provocarle esa sensación tan deliciosa—. Si es su-suficiente para su cu-curiosidad, me retiro.
—Vania… espera, déjame compartir la noche contigo, conocerte más… en verdad me interesa hacerlo, pasar un momento agradable con una chica tan linda.
—¿Tiene esposa? —le pregunta ella, con el ceño fruncido y Mateo se apresura a responder.
—No, claro que no —y aunque eso no es del todo cierto, no tiene por qué decirle la verdad.
Ella asiente, se da la vuelta y camina delante de él, momento que aprovecha para observar su figura. Es pequeña, pero con un cuerpo bien proporcionado, se imagina ese trasero en una acción poco decorosa, ese cabello recogido por sus manos y a ella…
Aparta esas ideas de su cabeza, entra con Vania al privado y ella le ofrece un refresco, se coloca la chaqueta, se sienta frente a él y lo mira con aquellos ojos.
Mateo queda por completo hechizado con ellos, si antes la quería en su cama por una noche, ahora no está tan seguro si podrá dejarla en menos de una semana.