Horus no apartaba la vista. Sus manos subieron por sus muslos, palmeando la suave piel, sintiendo el temblor de los músculos que trabajaban. Sus ojos plateados capturaban cada microexpresión en su rostro: el entrecejo ligeramente fruncido en concentración, el labio inferior capturado entre sus dientes, el destello de éxtasis que cruzaba sus pupilas amatista con cada movimiento interno.
Era una danza de poder y entrega. Ella controlaba el ritmo, la profundidad, el ángulo. Lo estaba explorando, poseyéndolo a su manera, reafirmando su propio dominio sobre el momento.
Horus se permitía ser poseído. Sus manos fueron a las caderas de ella para apoyarse y sentirla todavía más. El peso de su esposa, su rostro hermoso y su talento estrujándolo también lo hicieron jadear.
La respiración de Hespéride se volvió más audible; un gemido melodioso que se sincronizaba con el crujir del lecho. Sus senos, voluptuosos y sensibles, se balanceaban tentadoramente cerca de su rostro. Él alzó la cabeza y capt