La sombra de la marcha apareció primero como una mancha lejana sobre el horizonte; luego creció hasta convertirse en una línea inmensa de movimiento y polvo que avanzaba lenta, inexorable. Desde el centro del continente, las legiones imperiales se desplazaban con la cadencia pesada de la maquinaria de guerra; titanes escoltaban columnas de infantería, carros y bultos de artillería. Alesia era vasta; la ciudadela del norte no estaba a la vuelta de la esquina; la distancia prometía días, después semanas de tránsito. Sin embargo, el tiempo de la resistencia ya empezaba a comprimirse; el imperio había confirmado posición, enviado avanzadas y preparado logísticas que no perdonarían demoras.
Hespéride comunicó el dato en la sala de pantallas; su voz fue clara, precisa, sin estridencias. Había hecho visible, por redes de cristal, la cartografía de las marchas imperiales para que cada aliado comprendiera obstáculos y ventanas de ataque. En la pantalla mayor aparecieron rutas, pasos montañosos