—Y yo tengo algo que tú nunca podrás recuperar: mi libertad. —Katherine lanzó una última mirada a Sofía—. Disfruta tu victoria, Sofía. Te lo mereces.
Con esas palabras, Katherine dio la vuelta y salió de la oficina, dejando a Anthony y a Sofía solos, inmersos en su propio caos. Pero esta vez, Katherine sentía que, al fin, estaba recuperando el control de su vida.
Sabía que su lucha no había terminado, pero también comprendía que no había vuelta atrás. Anthony, el hombre que había destruido su familia y su corazón, tendría que enfrentar las consecuencias. Esta vez, Katherine no estaba dispuesta a ceder.
Había querido ser conciliadora, intentar obtener el divorcio de manera pacífica, pero el juego con Anthony nunca había sido limpio. Él no conocía los límites de la razón o la compasión, y ahora, Katherine lo sabía mejor que nadie. La guerra entre los dos estaba oficialmente declarada, y esta vez, Katherine tenía el poder de una familia que igualaba la fuerza y la influencia de los Ross: