Héctor, por su parte, se mantenía firme. A pesar de la frialdad inicial, algo en la forma en que se miraban sugería que se conocían más de lo que dejaban ver. Era una familiaridad incómoda, como si ambos estuvieran al tanto de algo que aún no habían mencionado en voz alta.
—James —dijo Héctor con voz controlada, inclinando ligeramente la cabeza como saludo.
—Héctor —respondió James, su tono igual de gélido—. Veo que has decidido finalmente mostrarte por aquí. ¿Qué te trae a la mansión Ross?
Héctor sonrió con un toque de ironía antes de responder.
—Vengo a cobrar el favor que un día me dijiste que me debías al guardar tu secreto por tantos años.
La sonrisa de Héctor se mantuvo firme mientras veía cómo el rostro de James cambiaba sutilmente. Un leve fruncimiento en la comisura de sus labios reveló que las palabras de Héctor habían dado en el blanco. James no era alguien que se dejara intimidar fácilmente, pero la mención de ese viejo secreto lo desarmó por un instante.
—Así que vienes a