— ¡Señor! — Gritó la secretaria al tiempo que Walter abría con desespero la puerta de la oficina.
Walter tenía que ver a Diego Ortiz, tenía que hablar con él, pero claro, Diego era un hombre muy ocupado que nunca tenía tiempo para recibirlo, hasta que Walter decidió arriesgarse y entrar por su cuenta en la oficina, a la fuerza.
— ¡¿Qué demon!os está sucediendo aquí?! — Voceo Diego sorprendido y evidentemente enojado.
— Yo… Lo siento mucho, señor Ortiz, por entrar así, pero… — Comenzó a excusarse Walter. — Pero necesitaba verlo y no podía posponerlo más…
— Ah, señor Gibson… — Diego relajó un poco el gesto, aunque todavía se podía ver su incomodidad. — Lo recuerdo, usted invirtió hace poco en la empresa, ¿no es así?
— Sí, señor, así es… — Walter se adelantó, ignorando a la secretaria, quien sí seguía viéndolo con mala cara por no obedecerle.
— ¿Y por eso cree que tiene derecho a irrumpir en mi oficina cuando le dé la gana? — Gruñó Diego, tirándose de nuevo en su asiento, con hastí