CAPÍTULO DIEZ

Tras escuchar hasta el final de aquella conversación, vuelvo a salir de la mansión como entre, trepándome por la reja y siendo agarrada por los brazos de Santi.

—Sabía que te encontraría aquí —me aclara, dejándome tocar el suelo.

—No los enfrente Santiago, solo escuche la verdad que tanto tú como los demás quisieron advertirme desde hace años. No tengo cara para mirarte a los ojos— le dije apenada, con mi mirada clavada en su pecho.

—Mírame Alexandra…— insistió dos veces, hasta terminar elevando mi rostro con su mano en mi mentón.

— Sabes que siempre querré lo mejor para ti, jamás te juzgaría por las decisiones que has tomado, lo sabes. Aparte de eso mira como nos tienes…

Sus palabras logran que se me escape una risa al ver que tenía razón, realmente estábamos ridículos y él se veía igual de patético que yo con sus orejas de conejo pegadas al rostro.

—Así que mami, vuelve a ser la Alexandra intocable, volvamos a casa y hagamos que este imbécil se coma sus palabras.

Tenía mucha suerte
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