¿De verdad podía haber una coincidencia así en este mundo? No lo creía.
En mi vida anterior, mi loba había quedado completamente paralizada, postrada a los pies de Valeria, sin darme oportunidad alguna de explicarme antes de que ella declarara que el elixir de mejora Gamma había sido elaborado por ella.
Incluso el tan respetado Ricardo había dado un paso al frente para testificar a su favor, afirmando que había visto a Valeria usando la sangre de su propio corazón para preparar ese elixir.
Yo no podía hablar en aquel momento. Con la poca fuerza que me quedaba, solo pude negar con la cabeza, tratando de decir que no me había robado la pócima de Valeria.
Ricardo dijo que si admitía el robo, liberaría a mi loba de su parálisis. Pero yo, obstinada, seguí negando con la cabeza.
Los espectadores me señalaron con rabia y comenzaron a insultarme:
—¡Qué descaro! ¡Tiene pruebas y testigos frente a ella y aun así no lo admite!
—¿Y esa era la prodigio de las pociones? Más bien es una ladrona de talentos ajenos.
—Según las reglas de la manada, robar un elixir significa la expulsión. ¡Echen a Alejandra de la manada, es una vergüenza para todos nosotros!
Me abrí el escote del vestido con lágrimas corriéndome por el rostro y los dedos temblando, tratando de mostrarle a todos las cicatrices en mi pecho. Eran marcas tan profundas y entrecruzadas que mi loba no había podido sanarlas del todo. Eran una prueba irrefutable de que había extraído la sangre de mi corazón cada día.
Pero Valeria actuó rápidamente. Me pateó la mano y, llorando, se descubrió el pecho para mostrar sus propias cicatrices.
—Usé mi sangre del corazón todos los días para preparar el elixir, y al final logré crear el mejor. Sé que tú eres una experta, Ale, mientras yo siempre he sido mediocre, pero no tenías por qué robar lo que tanto me costó conseguir.
Lloraba con delicadeza, luciendo tan frágil y lastimera que todos los presentes se indignaron por ella y me tacharon de envidiosa, de no soportar ver triunfar a los demás.
Así que, bajo la excusa de salvarme, Valeria tomó una daga de plata y comenzó a cortarme las muñecas y el cuerpo entero, una herida tras otra, dejando que mi sangre se derramara.
Después, ordenó que me ataran y me lanzaran a un pozo de plata.
Mi cuerpo ardía por dentro, mis huesos se corroían lentamente mientras Valeria vestía la túnica ceremonial de Gamma y recibía las felicitaciones de la manada.
Con sus mentiras, había logrado que mi loba se sometiera a ella y se había convertido en el miembro más resplandeciente de la manada.
Mientras tanto, yo me retorcía en agonía en el pozo, con mi sangre cubriéndome por completo.
Al pensar en ello, las lágrimas volvieron a correr por mis mejillas.
Todo por un simple elixir de velocidad. Ya no lo quería más.
Con la mirada ensombrecida, metí la mano bajo mi vestido y saqué la pócima que había preparado y, una vez más, vertí polvo de plata dentro del frasco, arruinándola por completo.
Después de destruirla, mi expresión se serenó. Tiré la botella y regresé a casa.
Estuve sentada durante varias horas, sumida en mis pensamientos, hasta que finalmente tomé una decisión: recurriría al método más primitivo.
Ese método era el que utilizaban nuestros antepasados cuando comenzaron a elaborar elixires, aunque con el tiempo, fue quedando en el olvido debido a los avances en alquimia lupina.
Deseché todas las recetas y seleccioné, al azar, decenas de hierbas distintas: unas para la velocidad, otras para la fuerza, otras para la curación.
Sin pensarlo dos veces, las arrojé al caldero y comencé a preparar la mezcla.
Eran decenas de hierbas mezcladas sin fórmula previa, cada una con efectos distintos. Y ni siquiera yo sabía cuál sería el resultado.
¿Acaso también esta mezcla terminaría igual que la de Valeria? O, peor aún… ¿acaso este elixir aleatorio también haría que mi loba se sometiera a ella?
Con el corazón encogido por la ansiedad, esperé varios días hasta que el líquido en el caldero comenzó a espesarse, dejando un pequeño charco de esencia pura.
Abrí el caldero con sumo cuidado. Este tipo de elixir no tenía ni siquiera un nombre que pudiera darle. El color era especialmente atractivo, pero su aroma provocó una reacción inmediata en mi loba, quien aulló con fuerza en mi interior, diciendo que era único, que solo le pertenecía a ella.
Lo recolecté con cuidado y lo mantuve siempre junto a mí, sin permitir que nadie lo viera. Sus efectos parecían incluso superiores al del elixir de mejora Gamma y al de velocidad.
Al día siguiente, era el día de la selección Gamma.
Esta vez, abrí el frasco con precaución, dispuesta a probarlo primero.
Encontré un perro callejero y le di una pequeña dosis del elixir.
Tras beberlo, el cambio fue inmediato: el animal creció, sus huesos se fortalecieron y su velocidad y fuerza aumentaron visiblemente.
Suspiré aliviada, lista para guardar la pócima. Pero, de pronto, el perro perdió el control.
Miró en una dirección específica, comenzó a ladrar con entusiasmo y a mover la cola, como si reconociera a alguien como su dueña.
Levanté la vista. Era una zona remota, donde solo vivía una persona: Valeria.
Ese perro jamás la había visto. Entonces, ¿cómo era posible que, al igual que mi loba en mi vida anterior, se sometiera a ella de esa forma?
Un escalofrío me recorrió la espalda.
De pronto, me di cuenta de algo. Esto no tenía nada que ver con el elixir. No era la fórmula.
Había algo más… algo mucho más oscuro detrás de todo.
—Es imposible… —Susurré, mirando cómo el perro se retorcía desesperadamente en mis brazos, intentando correr hacia la cabaña de Valeria.