Capítulo 10
—Está muy ocupada —afirmó una voz familiar cuando terminó de sellar la última de las cartas de Ernesto. Su corazón dio un salto inesperado y le tomó cierto tiempo sonreír para darle la bienvenida a Vicente, que estaba apoyado en la puerta.

—Buenas tardes, señor Rivas. No lo esperaba hasta mañana.

Sofía se sintió indefensa ante el placer que experimentó al ver a su jefe.

—He terminado de arreglar mis asuntos antes de lo que había calculado —la miró fijamente—. Confío en que mi hermano no la haya explotado demasiado, señora Espinoza. Parece cansada.

—Es el calor —explicó con brevedad y cerró la carpeta que contenía la correspondencia de Ernesto—. ¿Le gustaría tomar un poco de té?

Vicente suspiró, parecía exhausto.

—Lo que de verdad me gustaría es un vaso de ginebra con una tonelada de hielo, pero quizá se me suba a la cabeza y podía ser que no llegara a mi casa si accedo a la tentación.

—Puede llamar a un taxi o pedirle a su hermano que lo lleve —sugirió Sofía.

— ¿Sabe? —Vicente
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