Mundo ficciónIniciar sesiónPOV: Catalina
Las tres de la mañana.La hora del diablo.
O la hora de la verdad.
Khalid dormía a mi lado.
Su respiración era rítmica. Pesada. Profunda.
Dormía como un bebé. O como un hombre sin conciencia.
Yo estaba despierta.
Mis ojos ardían, clavados en el techo oscuro del dormitorio.
Entonces, sucedió.
Una luz azul.
Tenue. Fantasmagórica.
Iluminó la mesita de noche de ébano.
Su teléfono.
Vibró una sola vez. Un zumbido corto contra la madera. Como un insecto atrapado.
Mi corazón se detuvo.
Luego golpeó mis costillas. Bam. Bam. Bam.
Giré la cabeza lentamente. Milímetro a milímetro.
Khalid no se movió.
Su brazo descansaba sobre las sábanas de seda gris. Relajado.
Miré el teléfono.
La pantalla se apagó, devolviendo la habitación a la oscuridad.
Pero yo sabía que estaba ahí.
La Caja de Pandora.
Me senté en la cama.
La seda crujió.
Me congelé.
Contuve la respiración hasta que mis pulmones pidieron clemencia.
Nada. Khalid soltó un suspiro y se giró hacia el otro lado. Dándome la espalda.
Era ahora o nunca.
Estiré la mano.
Mis dedos temblaban. No de frío. De terror puro.
Si se despertaba...
Si me veía...
Diría que estoy loca. Que invado su privacidad.
Se haría la víctima.
Toqué el metal frío del dispositivo.
Lo levanté. Pesaba una tonelada.
Presioné el botón lateral.
La luz me cegó por un instante.
Bloqueado.
Por supuesto.
Código de seis dígitos.
Miré la espalda desnuda de mi marido.
Podía intentar usar su huella. Pero si se movía... si sentía mi tacto...
No.
Tenía que adivinar el código.
Pensé como él.
¿Nuestra fecha de aniversario?
Lo intenté: 120419.
Incorrecto.
Sentí una punzada de dolor absurdo. Claro que no. Eso sería sentimental. Khalid no era sentimental.
¿Su cumpleaños?
080980.
Incorrecto.
El teléfono vibró en mi mano, advirtiéndome. Un intento más y me bloqueo.
Cerré los ojos.
Piensa, Catalina. Piensa como el narcisista que es.
¿Qué es lo que más ama en el mundo?
No soy yo.
No es su madre.
Es su éxito.
El día que su empresa salió a bolsa y se hizo billonario.
Él tenía esa fecha enmarcada en su despacho. Más grande que nuestra foto de bodas.
Tecleé los números.
150515.
El candado se abrió.
Solté el aire.
Entré en W******p.
Vacío. Limpio.
Demasiado limpio.
Khalid era meticuloso.
Pero yo sabía dónde buscar.
Fui a las aplicaciones ocultas. La carpeta que parecía una calculadora.
Ahí estaba. Telegram.
Lo abrí.
Y el mundo se me cayó encima.
No era una conversación.
Era un catálogo.
Tatiana estaba arriba. El último mensaje era de hace cinco minutos.
"Buenas noches, mi león. Sueña con lo que haremos en el yate."
Pero debajo de ella...
Sera. (Archivado).
Layla. (Bloqueado).
Vivienne. (Silenciado).
Zara. (Sin leer).
“Conejita Londres”.
“Sasha Modelo”.
Bajé y bajé.
Mi dedo se deslizaba por la pantalla.
Nombres. Apodos. Fechas.
No era una aventura.
No era un desliz.os
Era una industria.
Abrí el chat de Tatiana.
Fotos.
Fotos de ella en mi cocina. En mi sofá.
Fotos de él... desnudo. En una cama que no era la nuestra.
Leí los mensajes.
Khalid: "Ella no sospecha nada. Es demasiado ingenua."
Tatiana: "¿Cuándo la dejarás? Me prometiste que antes de fin de año."
Khalid: "Paciencia. Necesito que firme los papeles de la cesión de tierras en España. Una vez que tenga eso, Catalina es historia."
El teléfono casi se me cae de las manos.
Cesión de tierras.
Las tierras de mi abuela. La herencia que juré proteger.
Me había casado conmigo por eso.
Todo este tiempo...
No fui su esposa. Fui una transacción inmobiliaria.
Un medio para un fin.
Sentí náuseas.
No quería llorar. Quería vomitar. Quería gritar hasta romper los cristales blindados del Burj Khalifa.
Me había enamorado de una e****a.
Mi matrimonio era una mentira piramidal.
Un esquema Ponzi emocional.
Miré a las otras mujeres en la lista.
Sera. Layla. Vivienne.
¿Quiénes eran?
¿Eran como yo? ¿Víctimas? ¿O cómplices?
De repente, Khalid se movió.
Gruñó en sueños. Se giró.
Su mano cayó sobre el colchón, buscando mi lado de la cama.
Apagué la pantalla.
Me deslicé bajo las sábanas con la velocidad de una serpiente.
Dejé el teléfono en la mesita. Exactamente en el mismo ángulo.
Cerré los ojos.
Fingí dormir.
Sentí su brazo rodearme la cintura.
Me atrajo hacia él. Su cuerpo caliente contra mi espalda fría.
Me dio un beso en el hombro.
—Habibi... —murmuró en sueños.
Me quedé rígida.
Paralizada por el asco.
Sentir su piel contra la mía ahora me quemaba. Era como dormir con un cadáver.
Pero no me moví.
No lo empujé.
No grité.
Porque en la oscuridad, con los ojos abiertos mirando a la nada, lo entendí.
Si lo confrontaba ahora, perdería.
Él tenía el poder. El dinero. Los abogados.
Yo solo tenía la verdad. Y la verdad, en Dubái, no valía nada sin pruebas.
Necesitaba un ejército.
Necesitaba a esas mujeres de la lista.
Sera. Layla. Vivienne. Zara.
Ellas no eran competencia.
Eran reclutas.
Una lágrima solitaria se deslizó por mi nariz y cayó en la almohada.
La última lágrima que derramaría por él.
Mañana, Catalina la esposa moriría oficialmente.
Y nacería la General.
Cerré los ojos.
Duerme, Khalid, pensé. Duerme mientras puedas.
Porque cuando despierte, voy a quemar tu reino hasta los cimientos.
Y voy a empezar usando tus propios ladrillos.







