Había estado varias semanas en casa de Carlota, con su nana a su lado.
Ambas mujeres le habían demostrado más amabilidad de la que había recibido en toda una vida al lado de su padre. Durante los primeros días, solían pasar largas horas sentada a un lado de su cama. Leían, hacían de sus bordados o charlaban; le hacían compañía y eso era lo que mas apreciaba. Habían llegado incluso a ayudarla a lavarse, lo cual era lo más difícil para ella.
Con los días y una vez estuvo un poco más fuerte; Carlota al fin le permitió levantarse de la cama, pero solo para dar unos pocos pasos.
Mientras más recuperaba su fuerza y podía moverse mas por la casa, estuvo segura de que su hijo si sobreviviría.
—Es un guerrero —le dijo Carlota y estaba más que segura de que era de ese modo.
—Si, es todo un guerrero —reconoció, acariciando su vientre.
Por fortuna y aun cuando su hijo crecía con salud, su vientre no había crecido demasiado. Tenía ya 7 meses de embarazo y apenas se notaba una pequeña curva,