El Rey Benito, siempre astuto y eficiente, dio inmediatamente la orden de reunir a las tropas y, cuando llegó la medianoche, los tambores de guerra resonaron y se hizo sonar la señal de ataque.
Ese mismo día habían atacado la ciudad, por lo que las fuerzas combinadas del reino de Occidente y los Pastizales de Arena dentro de Pueblo Tejón jamás imaginarían que se lanzarían otro asalto antes del amanecer.
Las ballestas se activaron y los arqueros tomaron sus posiciones, pero las hogueras en la muralla estaban encendidas, mientras que las fuerzas de ataque permanecían en la oscuridad.
Era como si el enemigo estuviera a plena vista y el ejército de Benito oculto en las sombras, avanzo en cambio sin ser detectado.
Isabela y su grupo de cinco personas cabalgaron a toda velocidad. Justo cuando estaban a punto de llegar a la puerta de la ciudad, aprovecharon el impulso para lanzarse al aire, ascendiendo directamente a la muralla. Con su Lanza de Cerezo, Isabela atravesó al soldado que controla