Modesto, con cara impasible de poker, dio una orden directa a los guardias:
—Traigan al príncipe de vuelta para atender a los invitados. Hasta mañana por la tarde, cuando sea el momento de recoger a la novia, no se le permite salir. Si alguien desobedece, todos los guardias perderán tres meses de sueldo.
Con esta amenaza, los guardias no le quitaron los ojos de encima a los pies del Rey Benito, empujándolo poco a poco hacia atrás, paso a paso, hasta que retrocedió completamente.
Rey Benito rodó los ojos, irritado:
—¿Qué pretenden ustedes? Solo salí porque me pasé con las copas mientras atendía a los invitados. Quería salir a tomar un poco de aire y despejarme.
Modesto replicó con frialdad:
—¡Traigan un balde de sopa para el resacón!
Un balde… El mayordomo Rodrigo miró a Modesto con furia, pero sabía que Modesto no iba a ceder. Era una roca inamovible.
En ese momento, el mayordomo Rodrigo, mayordomo principal de la casa de Benito, llegó corriendo. A pesar del frío, estaba sudando de tan