El viento frío soplaba a través de las ventanas abiertas de la mansión Bell, un recordatorio de que el calor del hogar nunca llegaba realmente a tocar a Hana. Caminaba con pasos ligeros, susurrando excusas en su mente, como si pudiera anticipar los reproches que le aguardaban. Las paredes de ese lugar, opresivas y amenazantes, parecían testigos silenciosos de su dolor, un dolor que Jackson siempre se encargaba de hacer visible con palabras cortantes.
El sonido de la puerta al cerrarse con un estruendo la hizo estremecerse. Sabía lo que venía. El eco de sus propios pasos sonaba como el preludio de la tormenta que estaba a punto de desatarse. Jackson estaba parado en el centro de la sala, su figura imponente y autoritaria se alzaba, como si el peso de su frustración pudiera aplastarla en cualquier momento. La ira contenida en sus ojos oscuros la atravesó antes de que su voz siquiera la alcanzara.
—¿Qué es lo que no entiendes, Hana? —rugió, su tono cargado de desprecio—. Eres una Omega inútil. ¡No puedes darme cachorros, ni siquiera puedes cumplir con lo único que se espera de ti!
Cada palabra era como un golpe invisible, hundiendo aún más sus hombros, ya frágiles por el peso de sus propios miedos. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero Hana se negó a dejarlas caer. No frente a él. No le daría el placer de verla quebrarse.
—Lo… lo siento, Jackson —murmuró, tratando de sonar firme, aunque sabía que sus disculpas no tenían valor alguno para él. Jackson se acercó a ella de un solo paso, su presencia invasiva, haciendo que el aire pareciera más denso a su alrededor.
—"Lo siento" no es suficiente —espetó mientras la sujetaba bruscamente por el brazo, el agarre tan fuerte que dejó marcas al instante—. He esperado suficiente tiempo, y aún así, nada. ¿Para qué te tengo aquí si ni siquiera puedes darme un heredero?
La ira en su tono se transformaba en veneno puro. Hana cerró los ojos, deseando estar en cualquier otro lugar, en cualquier otro momento. Pero la realidad la mantenía atrapada.
Jackson la soltó con desdén, empujándola hacia el suelo. Hana cayó de rodillas, el impacto reverberando a través de sus huesos, pero fue el dolor en su corazón lo que la hizo encogerse más. Nunca había sentido tanto vacío. El peso de las expectativas de Jackson la asfixiaba, haciéndola desear desaparecer.
—¿Por qué no puedes ser como las demás Omegas? —la voz de Jackson la cortó de nuevo—. Ellas cumplen su deber. Ellas no tienen este problema.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Hana sabía que nunca sería suficiente para él, que su incapacidad de concebir no era solo una falta biológica, sino una marca imborrable que la convertía en una decepción a los ojos de Jackson.
—Voy a buscar otra Omega —amenazó Jackson, con un tono frío que la estremeció—. Alguien que sí pueda cumplir con su propósito.
Las palabras golpearon como una daga, pero Hana permaneció inmóvil, sabiendo que cualquier reacción solo empeoraría las cosas. ¿Qué podía decir? ¿Qué podría hacer? Jackson no quería oír sus disculpas ni sus justificaciones. Para él, su valor se había reducido a una única cosa: su capacidad de darle hijos, y al fallar en ello, para él, ya no valía nada.
La crueldad con la que la miraba, con una mezcla de decepción y desprecio, fue lo peor de todo. Hana se levantó lentamente, con las rodillas temblorosas, evitando su mirada.
—Vete de mi vista —dijo Jackson con voz gélida—. No quiero verte hasta que seas capaz de cumplir con tu deber.
Hana, con el corazón destrozado, salió de la sala, sintiendo el peso de la humillación y el dolor como una carga imposible de llevar. Cada paso que daba la alejaba físicamente de Jackson, pero no de sus palabras que seguían retumbando en su mente, erosionando lo poco que quedaba de su espíritu.
…
Jackson había regresado temprano al otro día, algo inusual.
—Bienvenido... —Estaba preparando la cena y sólo por respeto lo saludó al verlo. No obstante, al acercarse, vio a Bell pasar de largo, ignorándola, como si Hana fuera una simple sombra. Su supuesto esposo traía de la mano a otra mujer, una más delgada y alta que ella.
Él había llevado a su amante a su propia casa, sin importarle que ella estuviera ahí. Después de que su esposo entrara a su habitación, Hana regresó a la cocina y mientras comía en silencio pudo escuchar los gemidos que provenían de la habitación que compartía con Jackson
Lavó su plato para posteriormente dirigirse a la habitación de huéspedes; no quería volver a entrar a esa habitación y mucho menos ver a Jackson en ese momento.
Ella no supo cuanto tiempo paso hasta que Jackson fue a buscarla y con un movimiento brusco la tomó de los brazos y la sacudió. En su mirada solo había rabia y enojo.
Hana entró en pánico y empezó a temblar, no sabía que estaba sucediendo.
—Jackson, ¿S-sucede algo malo? —dijo con miedo. El castaño no dejaba de apretar sus brazos.
—Sí, sucede algo muy malo —espetó con molestia—. Primero que todo, deja de esperarme siempre que regreso a casa. No me interesa convivir contigo.
—L-lo lamento...
—Segundo, mañana no quiero que estés saludándome o dándome la bienvenida. Camila vendrá y quiero asegurarme de que no te vuelva a ver.
—¿Por qué...? —se atrevió a preguntar.
—Quiero casarme con ella —Jackson la miró fijamente—.Gracias a eso, mi familia podrá ser más poderosa. Es una lastima que tu no me hayas servido para nada.