Los ojos de Burak destellaban fuego, como si quisiera quemar a Esra. Ella, en el suelo, casi de rodillas ante él, se sentía pequeña y temerosa.
—Burak ¿De qué manera he lastimado a Vanea?
No sabía de que se la acusaba, si ella, en toda su vida, nunca había lastimado a Vanea. No eran las grandes hermanas, pero se toleraban porque se criaron en la misma casa, aunque una con mayores comodidades.
Los padres de Vanea y Esra ingresaron, al verla en el suelo, sintieron ganas de patearla, y el padre, no se contuvo.
—¡Te has atrevido a asesinar al hijo de Vanea, sin importar que la vida de mi hija corra peligro, eres una mal agradecida! —una patada se estrello en las piernas de Esra, lo que la dejó momentáneamente sin aliento— Te dimos cobijo, comida, y es así es como nos pagas —la agarró del cabello y estrelló su mano en el rostro frágil de Esra, quien solo pudo cubrir su vientre para proteger a la criatura que llevaba dentro.
Ella no recordaba haber ocasionado un aborto a Vanea, ni siquiera sabía que estaba embarazada. ¿Cómo era posible que la acusaran de aquello, que la maltrataran como a un animal, sin remordimiento ni pena? ¿Cómo era posible que su esposo, el hombre que debía protegerla, estuviera presenciando esa golpiza y no hiciera nada por defenderla?
El corazón de Esra dolía, quema como ácido corriendo por dentro. Sentía que se ahogaba del dolor, pero no del dolor por la patada y la cachetada del hombre que llamó padre, solo por haberla acogido, pero jamás se mereció el honor de ser llamado padre, porque nunca la trató como una hija. Se ahogaba por el dolor que le causaba ver, como el hombre que amaba, el padre de su hijo no hacía nada para ayudarla.
—¡Burak! —musitó con la voz quebrada—. No he hecho nada —Esra solo quería que el le creyera, que le permitiera explicarse, pero su esposo no dijo nada, simplemente apartó la mirada y dio la ordenes a sus hombres.
—Llévenla al calabozo —el corazón de Esra se estrujó… era como si una mano pesada, como la de un gorila se lo estuviera apretando. Quería gritar, suplicar que no fuera cruel con ella, que llevaba a su hijo en su vientre, pero si le decía, Burak lo asesinaría, tal cual creía ella había asesinado al hijo de Vanea, porque para Burak, Vanea era la persona más importante.
Esra se dejo llevar, sintiendo su cuerpo adolorido, y el corazón hecho un chicharon. Gruesas lagrimas rodaban por sus mejillas, la cuales dejaban una huella en sus mejillas antes de impactarse en el suelo.
A Esra la lazaron al calabozo frio, lleno de moho y oscuridad. Se quedo en el suelo, acurrucada en modo fetal, tocando su vientre y dándose ánimo, para poder resistir a esa crueldad.
“Bebé, solo serán unos días, mamá te protegerá”
Esra sollozó, sintiendo tanto dolor en su alma al decir esas palabras, sabiendo que si Burak se enteraba de la existencia de su bebé no podría protegerlo de su crueldad. Debía mantener su embarazo en secreto y demostrar su inocencia.
Esra sollozó ahogando el grito en su garganta al pensar que, el mismo hombre que le había prometido protegerla, la tenía en ese lugar.
En lo alto de la mansión, justo en la habitación principal, Vanea sonría dichosa después de haber visto como arrastraban a Esra al calabozo. Ese era el lugar que esa mugrienta merecía, no como la esposa de Burak.
Si ella no hubiera sido secuestrada y abusada la noche anterior a su boda, ahora sería la esposa de Burak, dueña y señora de esa casa. Pero pronto recuperaría su lugar. Cuando esa huérfana entendiera que jamás obtendría el corazón de Burak, y solicitará el divorcio.
El cuerpo de Esra temblaba de frío, el cual ya había llegado a sus huesos. Sus labios morados, resecos eran señal de que estaba deshidratada. El estómago le ardía porque en todo el día y la noche anterior no le habían dado de comer.
Cuando el sol entró por una pequeña ventana de rejas, Esra se tambaleó hasta ese lugar, para recibir los rayos del sol, y calentar su cuerpo. Mientras estaba ahí, observó como a lo lejos, Burak y Vanea se adentraban al coche. Esra se aferró a las rejas de la ventanita, y con labios temblando musitó el nombre de Burak.
—¡Burak!
Cuanto le dolía verlo con su hermana. Cuando le ardía el corazón que se hubiera olvidado de ella.
Esra se dejó caer al suelo y volvió a sollozar, sintiendo que su corazón moría lentamente. El rayo del sol que traspasaba la ventana la calentó, pero el ardiente dolor en su estomago no cesaba, y así pasó los días y noches. Cuando estaba por desmayarse, la puerta se abrió, una alta figura entró y la agarró en los brazos. Esra se aferró a ese cuerpo caliente, y reconoció esa loción, era su cuñado, quien después del abuelo, era el único que la trataba bien en esa familia.
Kenan era un año mayor a ella, solía estudiar en el extranjero y venía cada fin de mes. Las únicas veces que lo había visto, él había sido amable con ella.
Cuando Esra abrió los ojos, a quien primero vio, fue a Kenan, mirándola con angustia y preocupación. Los hermosos ojos de Kenan brillaron cuando la vio abrir los ojos.
—Kenan —musitó con voz apenas audible— ¿Has comido bien? —inquirir preocupada, ya que recordaba que Kenan no solía comer lo suficiente, pues cuando era niño tenía sobre peso, y se burlaron mucho de él en la escuela, pero entrando a la adolescencia decidió reducir su alimentación para obtener el cuerpo que tenía en ese momento.
Los labios de Kenan se curvaron en una mueca dolorosa, porque su cuñada, quien no había comido durante días y había pasado frío en ese lugar horrible, se preocupaba por si él había comido, en vez de solicitar comida.
—Esra, yo he comido bien, pero tú… tú, no creo que lo hayas hecho en días…
—No fueron muchos días… —intentó restarle importancia, para no preocupar a Kenan, como si pudiera engañarlo cuando él la rescató de ese lugar estando a punto de morir.
—Basta que haya sido uno —musitó indignado por como su hermano había tratado a Esra.
—Kenan —intentó levantarse, pero aún estaba débil.
—Tienes primero que comer, para recuperar las fuerzas.
—Kenan… el abuelo no tiene por qué saberlo —Kenan apretó la cuchara, porque la petición de Esra era para proteger a su hermano.
—¿Por qué lo sigues protegiendo, Esra? Te ha encerrado, sin comida y cobijo, como si fueras una criminal —ella se quedó en silencio, bajó la mirada y sintió un profundo dolor en el pecho.
—Hice algo malo —se culpó, para que Kenan desistiera de culpar a Burak— He obligado a Vanea a abortar.
Kenan se rio entre dientes. No podía creer que su cuñada prefiriera echarse la culpa de algo de lo que estaba seguro no había hecho, para salvar a Burak.
—Come Esra, no querrás que la anemia gane terreno.
Ella agradeció a su cuñado por intentar alimentarla, pero le quitó la sopera y la cuchara para comer por sí sola.
Esra estuvo toda la noche, porque había sido de noche cuando Kenan había llegado, y al enterarse que la tenían en ese sitio, fue a sacarla.
Cuando Esra pudo levantarse, que fue horas después de tomar esa sopa, pudo levantarse. Kenan no estaba en la habitación, se había metido en el baño y se estaba dando una ducha.
Al abrir la puerta, para salir y no seguir ocupando la habitación de Kenan, Esra se encontró con Burak y Vanea.
—Esra… ¿Qué haces en la habitación de tu cuñado? —preguntó Vanea con inocencia fingida, lanzando veneno en cada palabra— ¿Has pasado la noche con Kenan?
—No… no es así —intentó explicarse, pero Vanea no la dejó.
—Entonces, que haces tan temprano en la habitación de Kenan…
—No es lo que estás insinuando —miró desesperada a Burak, pero se encontró con una mirada fría.
—Burak… no quise insinuar algo de tu hermano con mi hermana. Discúlpame por mis artimañas… —fingió culpabilidad Vanea.
—No tienes que disculparte —dijo Burak con voz fría— Es esta mujer indecente que da de que hablar.
El corazón de Esra se rompió con las palabras de Burak. Intentó explicarse, porque no quería que Burak pensara que entre ella y Kenan había sucedido algo, sin embargo, su cuñado salido de la ducha, y al verla parada dijo.
—Esra, vuelve a la cama, hay que recuperar… —se asomó y, al ver a su hermano se tragó las demás palabras.
—Burak… no es lo que piensas.
—¿Y que pienso yo… mujer indecente? —Kenan apretó los puños, al escuchar a su hermano referirse de esa forma a Esra.
—Burak… Kenan solo…
—No me des explicaciones, no me importa en absoluto —rugió y se alejó tomando la mano de Vanea, y dejando destrozado el corazón de Esra. Detrás de ella, Kenan observaba furioso a su hermano alejarse con esa mujer.
—Burak, como puedes ser tan indecente de tener a tu amante en la misma casa que vive tu esposa. ¿Crees que al abuelo le agradará esto? —Burak se detuvo en seco—. Si vuelves a encerrar a Esra en el calabozo, el abuelo lo sabrá.