Livia
Lo vi levantarse de la cama y perderse en la ducha. Todavía faltaba una hora para el amanecer y, al parecer, ya había mandado a llamar a Sergio y a los otros dos hombres que lo acompañaban.
No sabía qué iba a hacer, pero no esperaría allí a tener noticias. Bajaría con él. Lo seguí hasta la ducha; debía quitarme el olor a sexo que tenía impregnado por todo el cuerpo. Me sentía agotada y mi cuerpo pedía a gritos una tregua.
—¿Qué haces? —preguntó cuando irrumpí en la regadera.
—Ducharme. No esperaré a que termines tú —me encogí de hombros, yendo a lo mío, sin la menor intención de provocarlo.
No aguantaría un round más, y él parecía tener prisa. Suspiré al ver su gran espalda, fijándome en la tinta de los tatuajes que camuflaban algunas partes de los arañazos que le había hecho. Disimulé una sonrisa y salí de la ducha. Si seguía ahí, no soportaría mucho. A diferencia de él, yo no poseía tanto autocontrol.
Caminé al clóset y me puse unos jeans anchos y un corset blanco que dejaba