Matteo
No había nada que me gustara más que los desafíos, y aquella mujer frente a mí lo era. O al menos lo intentaba. Era demasiado orgullosa y caprichosa para aceptar que me deseaba tanto como yo a ella. Tenerla tan cerca, saberla mía y no poder tocarla como deseara me estaba matando; era una tortura demasiado lenta.
Desde que la vi llegar a aquel despacho llena de heridas, de barro y con el miedo impregnado en sus ojos, despertó mi atención. ¿Qué hacía una chica como ella en mi territorio? No era común. Las princesas de la mafia solían ser obedientes y calladas. Y cuando Vittorio me dijo quién era y lo que había hecho, me gustó. Esa mujer de pequeña estatura, que no podría medir más de un metro sesenta, de cabello negro y ojos zafiro, que eran una mezcla de temor y valentía, llamó mi absoluta atención. Por eso no me desagradó la idea de casarme con ella. Era un ganar-ganar.
La mujer era guapa, interesante y no sería un problema. Estaba tan desesperada por tener un refugio que acept