Livia
Aun sabiendo que estaba lejos de mí, sentí miedo. Mucho miedo al imaginarme cumpliendo con ese juramento escrito en esa nota. Olvidé quiénes me rodeaban, olvidé la comida y solo me levanté de la mesa, saliendo del comedor. Aire, necesitaba aire fresco.
—Cierren las entradas. Nadie sale y nadie entra hasta encontrar a quien trajo esta maldita nota. ¡Interroga al personal, a todos! —escuché la voz de Matteo ordenándole a alguien. No presté atención. Seguí mi camino hasta llegar al jardín y sentarme en una tumbona.
Me abracé a mí misma, rememorando toda la angustia que había pasado, y maldije a mi padre por haberme condenado a la enfermiza obsesión de aquel hombre. Darío era el tipo de persona que, cuando quería algo, en lugar de cuidarlo, lo destruía. Porque esa era su retorcida forma de querer las cosas.
Escuché pasos detrás de mí y, segundos después, su sombra se cernió sobre mí. No dijo nada, solo se sentó a mi lado y me atrajo contra su pecho. No estaba llorando ni tampoco qu