Bajé las amplias escaleras al nivel principal del castillo, desierto y silencioso, y me encaminé hacia las escaleras del ala oeste. No pude evitar un suspiro al pasar ante la puerta cerrada del estudio de Mael. Una breve punzada, más incómoda que dolorosa, me hizo tocarme el abdomen, por debajo del ombligo.
Una vez que las hemorragias terminaron al fin, poco después de regresar al Valle, no volví a experimentar ningún tipo de sangrado. Ninguno.
Tea, Tilda y la reina, mis sanadoras de cabecera, aconsejaron que no me apresurara a sacar conclusiones y le diera tiempo a mi cuerpo para que terminara de recuperarse.
Era fácil decirlo. La posibilidad de no poder volver a quedar embarazada era un miedo sordo que me corroía las entrañas sin prisa ni pausa.
Mael evitaba el tema, y sólo lo tocaba si yo lo hacía primero. Aun así, su respuesta era siempre la misma que la primera