Sus palabras no dejaron de alarmarme.
—Son los arrogantes de siempre —explicó Kendra irritada. Nunca se había distinguido por su simpatía hacia los humanos, y era evidente que la situación no la preocupaba como a su compañero, sino que la indignaba—. En vez de dedicar todo su esfuerzo a trabajar para tener un buen hogar para ellos y sus familias, no dejan de quejarse por su situación. Y por supuesto que nos culpan a nosotros.
—No todos —aclaró Erwin, intentando ser conciliador sin contradecirla—. El viejo carpintero y su mujer se han convertido en algo así como sus nuevos líderes, y se esfuerzan por hacer quedar a los antiguos cazadores como lo que son: un atajo de perezosos arrogantes que no se resignan a que las cosas han cambiado. La mayoría de los humanos le hace más caso al carpintero que a ellos.
—El problema es que los agitadores son los únicos entrenados en el uso de armas —continuó Kendra—. O sea, los más necesarios para la defensa.
—Eso estará r