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No había sido una batalla más. Siete de nosotros habían muerto, lo cual era un número inusitadamente alto, y al menos una docena habían sufrido heridas serias o graves. Todos los demás estábamos raspados, golpeados y magullados.

Owen envió a uno de sus hermanos al puesto por ayuda para cargar a los heridos, y por herramientas para derribar el puente.

Nos vimos obligados a aguardar con los que no podían moverse, cerca del camino y del río para mantener vigilado el campamento enemigo. A juzgar por lo poco que la tormenta nos permitía ver de lo que ocurría en la orilla opuesta, las amazonas se habían refugiado en sus tiendas, rodeadas por los vasallos que sobrevivieran.

A pesar de que nos hallábamos a sólo tres kilómetros del puesto de Owen, caía la tarde cuando Enyd llegó a caballo con tres de los muchachos. La sanadora del puesto venía en la carreta para transportar a los más graves, y tardaría una hora más. Al menos trajeron lonas para improvisar tiendas, y ropa

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