A pesar del mal tiempo, Risa no tuvo ningún problema en adaptarse a la vida en el norte. Sin embargo, aquella prolongada tormenta no tardó en preocuparme. Llevábamos varios días sin noticias de los otros puestos, y la escasa visibilidad hacía imposible vigilar de manera efectiva lo que hacían los humanos al otro lado del Launne.
Ya habíamos dado cuenta de la mayoría de los blancos y pálidos que sobrevivieran a la emboscada, pero los que quedaban eran más que suficientes para causarnos problemas.
Al parecer ya sospechaban de nuestros tratos secretos con los nobles, porque no habíamos vuelto a saber de ellos. Pero aunque los parias no confiaran en ellos como para enrolarlos en futuras acciones de guerra, los vasallos que los seguían bastaban y sobraban para comprometer la primera línea si nos tomaban por sorpresa.
—No podemos sentarnos a esperar que salga el sol —dije impaciente.
—¿Y qué propones? —inquirió Mendel.
—Quiero que tú y Aidan tomen un ter