Olena había ordenado que transformaran la salita frente a sus habitaciones en un dormitorio para Alfonse y Mael, y no me costó hallar la entrada a un pasadizo espía que corría entre esa habitación y la contigua.
Aunque Olena no me había mencionado durante los dos discursitos que dio antes de ejecutar a Lazlo, era un secreto a voces que yo había sido el motivo de su muerte. Así que los varones de Blarfors se cuidaban de mantenerse lejos de mí. Y si no podían evitar cruzarse conmigo, bajaban la vista y me saludaban con la cabeza gacha.
—Alteza —murmuraban, como si fuera una amazona.
Nadie me había discutido que precisaba comer bien y salir a caminar para recuperarme. Al fin y al cabo, yo era la que sabía del tema, no ellas, y hasta Olena lo admitía. Las pálidas aún me acompañaban a caminar por el bosque. La temperatura bajaba y el bosque era lo bastante denso para protegerlas si había sol, así que no les pesaba demasiado la tarea.
Y ahora que no corría ning