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No podía faltar mucho para el alba cuando Olena despidió a las rubias que la servían y me llevó hasta un ventanal que se abría hacia el oeste, para que nos sentáramos en el ancho antepecho.

—¿Recuerdas lo que te dije sobre el sexo cuando te encontré llorando como una idiota? —inquirió, apoyando la espalda contra el marco del ventanal y recogiendo sus piernas.

—El sexo es sólo otra función corporal —respondí en voz baja.

—Exacto —dijo con la vista perdida en el paisaje oscuro allá fuera, en la noche sin luna—. Grábatelo en esa cabecita tuya. Es una herramienta de poder y una forma de diversión. Si te empeñas en relacionarlo con los sentimientos, sólo lograrás que te perjudique.

Asentí con la cabeza gacha. No porque compartiera su opinión sino porque sabía que era lo que esperaba de mí. Era evidente que hablaba desde su experiencia personal. Me pregunté cómo hacerla explayarse, porque sabía que cualquier cosa que supiera sobre ella me serviría.

Olena

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