La mujer abrió las puertas y se hizo a un costado, invitando a Olena a entrar a una lujosa sala de estar, donde media docena de sirvientes se inclinaron para recibirla.
Olena se detuvo frente a un hombre joven y atractivo, que no llegaba a los treinta años, y le tocó la cabeza para que la enfrentara. Lo miró a los ojos un largo momento, y advertí que el hombre no parecía asustado. Antes bien, parecía luchar por controlar su alegría. Especialmente cuando Olena asintió. El hombre volvió a inclinar la cabeza con una gran sonrisa y retrocedió de la línea de sirvientes.
Las demás amazonas eligieron cada una su sirviente, dos hombres y dos mujeres. La que todavía me sujetaba se volvió hacia una de las dos que no fueran elegidas.
—Traigan una buena comida para ella —ladró, dirigiéndome una mirada rápida.
Olena se volvió hacia mí, sonriendo como siempre, y me tomó la mano antes de volverse hacia el sirviente que escogiera y volver a asentir. El hombre nos precedi