No sé cuántas horas viajábamos por día, ni cuánta distancia recorríamos, ni en qué dirección.
En algún momento nos deteníamos. Eso siempre me despertaba, porque era el momento que más esperaba cada día. Me llevaban al interior de una amplia tienda, donde Alfonse retiraba la lona, abría la jaula y me soltaba los tobillos para hacerme salir. A juzgar por la luz que llegaba al interior de la tienda, eso solía ocurrir al atardecer.
Alfonse me descubría los ojos para enfrentarme con una sonrisa que los primeros días me provocaba escalofríos. Su mirada me recorría como quien admira una joya ajena, que en secreto ansía poseer.
Acercaba un brasero encendido y me ponía delante un plato de carne apenas cocida y un cuenco de agua. Mi única comida del día. Me dejaba devorar mi ración, que por un rato acallaba los ru
No era la tienda.Alfonse descubrió mis ojos y me hizo salir de la jaula a una habitación de piedra.—Bienvenido a casa, belleza —me dijo con su acento untuoso y su sonrisa detestable.Me dejó de rodillas sobre una gruesa alfombra, pestañeando mientras mis ojos se adaptaban a la luz. Poco a poco logré enfocar la vista y miré alrededor. Mobiliario pesado, lámparas y tapices en las paredes y una ventana abierta al otro lado de la habitación, que me dio un atisbo del cielo crepuscular, tejados, colinas a la distancia.Alfonse regresó con mi comida, que acomodó sobre un mantel, seguramente para que no manchara la rica alfombra. Se sentó en el suelo a mi lado mientras yo devoraba mi magra ración, mirándome con una sonrisa vaga, como si pregustara lo que haría a continuación.No me permitió echarme cuando terminé de lamer mi
En algún momento de la noche, el blanco sentado frente a Lazlo hizo un gesto al rubio tras él, que rodeó el sillón para hacer que la mujer se sentara en el brazo del mueble. Tal como Lazlo hacía con Alanis, el blanco se prendió de los pechos abultados de la mujer antes de beber su sangre.Mientras tanto, el que estaba sentado a la derecha de Lazlo hizo un gesto a su siervo personal, que trajo a uno de los hombres a arrodillarse ante el blanco con docilidad. Entonces el blanco rebuscó bajo el cuello de la camisa del humano, sacando una tira de cuero de la que colgaba un anillo de madera como el que me hacían usar.Recuerdo haber sentido una vaga curiosidad al ver que lo introducía en la boca del humano. Ahora vería qué era lo que me daban de beber. Pero la curiosidad duró sólo un instante, reemplazada por un escalofrío de revulsión al ver que el blanco se abría los pantalones y el humano se inclinaba hacia su ingle.El espanto de la comprensión me inmovilizó. Entonces advertí que el hu
LIBRO 4 - RISAMi cabeza dolía como si estuviera a punto de estallar, colmada de voces que no sabía cómo acallar. Todos los lobos parecían hablar al mismo tiempo, incluidos los cachorros, que intercambiaban exclamaciones de miedo entre ellos.Avanzábamos hacia el norte por la huella tan rápido como podíamos, pero los caballos no podían galopar en aquel terreno, y sólo podíamos ir en fila al trote largo.Sólo podía rezar para que Bardo llegara lo antes posible a Rathcairn con nuestro pedido de ayuda y refuerzos.Detrás nuestro, Mael nos había alertado que varias amazonas nos perseguían. A partir de entonces, lo oía dar órdenes a sus primos y sus hermanos, que además hablaban entre ellos. Dugan y los hijos de Mendel también se hablaban. Corrían a largos saltos siguiendo a Mendel, que cabalgaba detrás de mí y Aine, cada uno de nosotros cargando un cachorro.Sabía que seguramente sólo escuchaban a aquéllos con quienes se comunicaban. Pero yo los escuchaba a todos, incapaz de aislarme, y aq
Me despertó un dolor agudo en la parte interna de mi antebrazo, como una aguja, y luego una presión en el pinchazo, como si algo húmedo succionara mi piel. Duró sólo un momento, y mi brazo cayó inerte sobre mi estómago. Abrí los ojos, pero no vi más que oscuridad a mi alrededor, como si siguiera desmayada o me los hubieran vendado.—¡Sabe a lobo! —exclamó una voz sobre mi cabeza. Una voz femenina.—¡No puede ser lobo! —respondió otra voz femenina, un poco más lejos.Me di cuenta que seguía tendida en el suelo. Intenté moverme y oí el rumor de ropas apartándose de mí. Un pie empujó mi costado, sacudiéndome.—¿Estás despierta?Comprendí que me hablaba a mí y asentí como pude, intentando al menos incorporarme a medias. Mis ojos se adaptaban a la oscuridad profunda de la noche en la espesura del bosque, y distinguí las dos sombras más claras agachadas junto a mí, una a cada lado. Las amazonas.Una mano fuerte como una tenaza me sujetó el brazo.
**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**LIBRO 1Capítulo 1El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella
Nos quedamos mirándonos, estremecidos de emoción, nuestras manos trémulas entrelazadas, nuestros corazones latiendo con fuerza, mientras el sacerdote decía algo sobre marido y mujer.Incapaz de contenerme, no esperé que terminara de hablar para alzar el velo y encontrar esos hermosos ojos purpúreos brillantes de lágrimas de felicidad como los míos. Risa alzó apenas la cara hacia mí, en ese gesto que, a solas, solía bastar para que comenzara a desnudarla.Se suponía que el beso era más bien simbólico de la unión de los cuerpos tanto como de las almas, pero apenas rocé sus labios de miel, me resultó imposible contenerme. Su boca se entreabrió para hacer lugar a mi lengua, y me echó los brazos al cuello cuando le sujeté la cintura para atraerla contra mí, mientras a nuestro alrededor todos nos aplaudían y vivaban.El pobre sacerdote se había hecho a un costado cuando tuvimos a bien dejar de besarnos, y guié a Risa de la mano hacia la tarima. Nos arrodillamos ante madre, que apoyó sus man
No había resultado sencillo explicar por qué Risa se negaba a dejar su habitación vecina a los estudios de las sanadoras. De no haber mediado la intervención de madre, que mandó a todos de paseo y dio orden expresa de que no metieran el hocico donde no los llamaran, mi pequeña se habría visto obligada a cambiarse a una habitación en el mismo nivel de la mía, más acorde a su nueva posición de prometida del Alfa.Pero con la complicidad de madre, Risa evitó mudarse y recuperamos la intimidad de la que gozáramos hasta el verano. La única diferencia era que ahora, en vez de bajar yo a verla, ella subía a mis habitaciones, donde pasábamos las noches juntos como antes. Y al amanecer, la despertaba para que volviera a bajar a vestirse para el día y saliera del dormitorio correspondiente.Creo que de no haber sido por eso, el día de nuestra boda la habría secuestrado apenas terminado el almuerzo, impaciente por estar a solas con ella.En cambio, no me resultó tan difícil tolerar con paciencia
Seguí besándola hasta saberla perdida en su placer y retiré un poco mi dedo, para sumar otro al hundirse en su vientre. Su cuerpo se tensó un poco, sin rastros de dolor físico, y el placer que le produjo la fricción más intensa hizo que su carne pulsara contra mis dedos.Sentí el tirón de mi ingle y el ramalazo de fuego en las entrañas. La deseaba tanto que dolía, pero jamás me arriesgaría a causarle el menor malestar por dejarme llevar por mi propia urgencia.De modo que volví a besar su pecho, su cuello, sus labios, mi mano moviéndose un poco más rápido entre sus piernas, disfrutando cada gemido, cada gesto, cada muestra de su placer. Sabiéndola perdida en mis caricias, me atreví a sumar un dedo más en su vientre, atento a su reacción.Su expresión se contrajo y un eco de dolor ensució su esencia, pero se disipó antes que pudiera apartar mi mano. Un momento después volvía a gemir, los brazos tendidos más allá de su cabeza, empujándose en la cabecera de la cama para impulsarse contra