Basilio se quedó con cara de asombro, como si yo estuviera actuando súper raro.
—Ándale, amor —le dije con una sonrisa leve, tranquila.
Él agarró el puñal y caminó despacio.
Los ojos del cachorrito se llenaron de lágrimas, sus labios se movían sin sonido, diciéndole "papá".
Yo vi todo eso fría, sin sentir nada por dentro. Incluso fruncí el ceño y le dije, ya medio harta: —¡Órale, muévete!
Cuando Basilio por fin se acercó al cachorro y la daga estaba a punto de rozarle el cuello, una mujer entró corriendo, fuera de sí.
—¡Párenle! ¡No le hagan nada a mi morro!
Era Milagros.
La misma que me había chamaqueado con su cara de mosca muerta y sus sonrisas de a mentis, y que se había metido con mi vato.
En ese momento traía el cabello todo revuelto y su cara se le veía con un chorro de angustia y coraje. —Dalia, ¿por qué eres tan culera? ¿Ni a un cachorrito aguantas? ¿Así te mereces ser la Gamma de la manada?
Con su acusación, me encogí de hombros, como si me valiera madre. —Gracias por el p