Durante los siguientes dos días, Basilio no me buscó, tal cual había dicho.
Andaba ocupado recibiendo a los representantes de otras manadas que venían a su boda.
La mañana de la boda, vestido con el traje que yo había escogido personalmente, fue a recoger a Milagros a la mansión que yo había decorado con mis propias manos.
En medio de su agenda apretada, por fin me llamó.
Sin expresión, le pasé el teléfono al Dr. Darío que estaba a mi lado. —Alfa, la Gamma Dalia se puso dos dosis de anestesia especial anoche y sigue dormida. Sí, entendido.
El Dr. Darío colgó y me regresó el teléfono. —El Alfa ordenó que te llevemos a la mansión después de la boda.
Solté una risa fría y aventé el teléfono a un vaso de agua que estaba cerca, viendo cómo se mojaba despacio. —¿Ah, sí? Qué mala pata que no vas a poder cumplir esa orden.
El Dr. Darío de inmediato se arrodilló de golpe, ofreciéndome toda su lealtad. —Respetada Gamma Dalia, Darío la va a seguir hasta la muerte.
Las broncas de Basilio lo ha