Los quince días se pasaron volando, en los que peleé cada día con los que me retaban en la manada. Finalmente, logré vencer a todos los que dudaban de mí.
Aunque la Manada Lobo Blanco todavía estaba débil, alguna vez fue el paraíso al que todos los licántropos querían llegar.
Viendo a esos Alfas, que normalmente eran bien arrogantes, con la cabeza agachada, entrando con cuidado a mi palacio, sin atreverse ni a mirar a sus anchas, sentí una satisfacción que no puedo explicar.
Solo entonces entendí la verdad: el poder es lo que una mujer debería poseer.
Empezó el banquete. Después de un discurso largo, lleno de pasión y esperanzas, el viejo Lucas por fin anunció a todo pulmón: —¡Ahora, todos juntos, saludemos a nuestro rey de los licántropos!
—¡Saludamos a Su Alteza! Todos se agacharon al mismo tiempo, sus voces retumbando por todo el palacio, esperando mi llegada.
Vestida con una ropa superlujosa, los bordados delicados y las joyas brillosas relucían bajo las luces.
En mi cabeza traí