Leticia tiembla de miedo, sabe que Maldonado quiere asesinarla por haber actuado en su contra. Está sentada en una silla de madera, se apretuja las manos con los nervios de punta, no sabe que será de ella y su destino. La caperuza negra que usó durante tres días yace en el suelo, arrugada. Da la impresión de ser un trapo viejo y desgastado, así como la voluntad de la joven que se ha metido en un gran lío. Clara la observa desde el otro lado del escritorio. No hay rabia en sus ojos, solo cálculo. Necesita descifrar donde se encuentra Anita exactamente y si ha ido a la Mansión Romanov a matar a todos.
—¿Quién te dio la orden? —pregunta con voz baja, pero cortante.
—Anita… Anita Ramírez —susurra Leticia—. Me dijo que me quedara en su lugar. Que fingiera ser ella y que no hablara con nadie. Que si alguien preguntaba… dijera que estaba enferma.
—¿También te ordeno acercarte a la tumba? —Clara entrecierra los ojos.
—Así es, todo debía ser como ella lo hiciera yo… yo solo estaba obedeciendo