—No cenaste, así que te traje algo…
Regina lo interrumpió, alzando la voz bruscamente.
—¿Estás sordo o qué? ¡Te estoy diciendo que se acabó! ¡Lárgate de mi casa!
Gabriel dejó la comida sobre la mesa del comedor y fue a sentarse en el sofá de enfrente. Por instinto, metió la mano en el bolsillo para buscar un cigarrillo y el encendedor, pero recordó que a ella le molestaba que fumara, así que la retiró.
—¿Por qué?
“¡Y todavía se atrevía a preguntar el motivo!” Regina recordó la humillación de la mañana y la rabia la desbordó.
—¡Te lo advertí! ¡Si alguien se enteraba de lo nuestro, se acababa todo!
Se lo había advertido, pero él, sin el menor reparo, había ido al restaurante y se había presentado delante de su familia. Y para colmo, había dicho todo eso frente a Joel. Solo de pensar en lo que había pasado, sentía que la sangre le hervía.
Gabriel la observó fijamente por un momento antes de responder con una calma desconcertante.
—No van a decir nada.
—¡Pero le dijiste a Joel que nos acos