La mirada distante del individuo la recorrió de arriba abajo; él arrugó la frente.
—¿Y tú eres…?
Como si le hubieran echado un jarro de agua helada, la sonrisa de Jimena se petrificó en la cara. Detuvo sus pasos, invadida por la decepción.
—¿No te acuerdas de mí?
El atractivo semblante de Gabriel permaneció impasible. Reflexionó un instante.
—¿Una paciente?
A ella se le borró por completo la sonrisa.
—Disculpa, pero ahora no estoy trabajando y tengo otras cosas que hacer.
Él desapareció de su vista con rapidez, sin concederle ni un segundo más de su tiempo.
La ilusión que ardía en el pecho de Jimena se apagó de golpe. «No tiene ni la más remota idea de quién soy. No me recuerda. Entonces, ¿de qué sirvió que yo lo tuviera en mi corazón todos estos años?»
...
—¡Ahí viene mi hijo!
Silvia sonreía con una mezcla de ternura y orgullo.
En cuanto las señoras de alrededor vieron a Gabriel, fue como si hubieran encontrado una mina de oro: todas empujaron a sus hijas hacia adelante, con sonrisas