Se sentó en la cama. El movimiento brusco despertó a Gabriel. Regina se envolvió con la sábana, la cara encendida por furia y vergüenza.
—¿Qué hiciste?
Aunque, a juzgar por la escena, lo que había ocurrido era más que obvio. Debajo de la tela, estaba desnuda, al igual que él. Al ver los arañazos bien definidos en la espalda y el pecho de Gabriel, se moría de la vergüenza.
Él se incorporó y la observó en silencio por un instante. Vio su cara ruborizada, sus mejillas tensas en un gesto de enfado contenido.
—¿No te acuerdas de nada?
¿Que no se acordaba? ¿Cómo podría no acordarse? Precisamente porque lo recordaba todo, se sentía así. Regina bajó la vista, mordiéndose el labio con fuerza. Tras una larga pausa, habló en un susurro, casi sin convicción.
—Lo de anoche... podemos hacer como que no pasó.
La interrumpió, cambiando de tema.
—¿Tienes hambre? ¿Prefieres que bajemos a comer o pido que nos traigan algo?
Lo miró. Estaba tranquilo e imperturbable, como si nada fuera incómodo. La vergüen