Regina escuchó sus palabras y, al pensar en Ernesto y Adrián, uno un payaso y el otro un burlón, supo que eran incapaces de estarse quietos. No pudo evitar reírse.
Sebastián la observó reír y se relajó un poco. Se sentó a su lado.
Ella se sintió un poco tímida y, por instinto, se movió hacia un lado para aumentar la distancia entre ellos.
Él ladeó la cabeza para mirarla y notó, bajo la luz brillante, que la mitad de su cara estaba sonrojada. Incluso sus orejas tenían un tono carmesí que le pareció adorable.
Recordó que ella había dicho que las chicas podían ser tímidas. Sonrió levemente.
Regina sintió su mirada sobre ella, así que volteó a verlo. Al descubrir que la observaba con una sonrisa, sintió que la cara le ardía.
—¿De qué te ríes?
Sebastián sonrió pícaramente.
—Te pusiste nerviosa.
Al escucharlo y ver la clara intención en su mirada, el rubor en sus mejillas se intensificó hasta volverse casi doloroso. Sintió que la cara le quemaba. Rápidamente, desvió la mirada y cambió de tem