Al escuchar eso, Regina le contestó:
—Leo solo quiere lo mejor para ti. Ponte a trabajar y no te distraigas.
—Está bien, te hago caso. Voy a trabajar. Te escribo un mensaje cuando tenga la reservación, ¿sí?
Regina también murmuró un sí.
Al otro lado de la línea se hizo el silencio. No colgaba, y ella supo que estaba esperando a que fuera ella quien terminara la llamada.
—Bueno, voy a colgar.
—Sí.
Colgó y regresó a la habitación. La puerta estaba abierta; no la había cerrado al salir.
Cuando entró, vio a Gabriel sentado en el sofá, fumando. Mostró su enfado y se acercó para arrebatarle el cigarrillo de la mano.
—¿En serio estás fumando con esas heridas?
Arrojó el cigarrillo al bote de basura, molesta. Con esa actitud tan descuidada, ¿cuándo iba a recuperarse?
Levantó la cara y la observó en silencio. Su mirada oscura la recorrió de arriba abajo, cargada de una emoción indescifrable. Regina le sostuvo la mirada y frunció los labios antes de hablar:
—Si crees que me estoy metiendo donde n