Después de cambiarle el vendaje a Gabriel, el doctor se retiró junto con la enfermera. Al pasar junto a Regina, le sonrió y añadió:
—Muchacha, pocos hombres dan su vida por una mujer. No lo dejes ir, cásate con él. Te aseguro que serás muy feliz.
Dicho esto, salió y cerró la puerta a sus espaldas. Ella se quedó mirando la puerta, apretando los labios. Ya se había casado con él una vez, y no había sido feliz. Gabriel terminó de vestirse y, al verla inmóvil, adivinó lo que estaba pensando. Su mirada perdió brillo por un instante.
—Regi, ¿me pasas un vaso de agua, por favor?
—Claro.
Ella se acercó a la cama, le sirvió un vaso de la botella que estaba en la mesita de noche y se lo entregó. Él lo tomó.
—Gracias.
Regina esperó de pie a que terminara, tomó el vaso para dejarlo en su lugar y, después de dudarlo un momento, se sentó en la silla. Sus miradas se encontraron de nuevo.
—También te lo agradezco.
Gabriel observó su cara; recordó que la habían golpeado esa noche.
—¿Todavía te duele?
A