Al salir, Regina sacó su celular para pedir otro taxi. Un Bentley negro se acercó y se detuvo frente a ella. Reconoció a Gabriel al volante y apretó los labios con fuerza. Él bajó del carro, rodeó el cofre y le abrió la puerta del copiloto.
—Es difícil conseguir transporte por aquí.
Lo miró a los ojos. Pensó en el escándalo reciente en internet y decidió que había ciertas cosas que tenía que aclarar de una vez por todas. Guardó su celular y subió al carro. Al ver que aceptaba subir, la tensión de Gabriel se disipó un poco. Le cerró la puerta y regresó al asiento del conductor.
El trayecto transcurrió en silencio. No fue sino hasta que se detuvieron en un semáforo que él giró la cabeza para preguntarle:
—¿Te llevo a la tienda o a tu casa?
Regina no apartó la vista de la ventana. Sin voltear, respondió con indiferencia:
—A la tienda.
Gabriel asintió con un murmullo y dio vuelta en la siguiente esquina. Poco después, el carro se detuvo frente a la entrada dos de Plaza Dorada. Ella se quit