La cara de Mariana se transformó.
—Para empezar, yo nunca le pedí nada de esto. Ustedes me lo impusieron. Si pudiera elegir, no querría nada. Yo puedo ganar mi propio dinero. Lo único que quiero es una mamá de la que pueda sentirme orgullosa. Quiero tener una vida normal. No quiero que me estén señalando como la hija de la amante. ¡Solo quiero vivir con dignidad!
Hablaba cada vez más rápido, con una agitación creciente y puro rencor en la mirada.
—¿Sabes por qué hice esta película? Porque quiero poder hacer amigos sin que me juzguen, sin que me miren raro. Solo quiero vivir mi vida a la luz del día, sin esconderme. ¿Qué tiene de malo?
Mariana observó a su hija en silencio. Cuando terminó de hablar, no parecía enojada; de hecho, su voz sonaba mucho más tranquila que cuando la estaba regañando.
—No importa lo que la gente piense de nosotras. Lo que importa es que vivamos bien, con comodidades y sin preocupaciones. Yo ya viví más que tú, y te digo una cosa: la dignidad no vale nada compar