Cuando Gabriel terminó con los pendientes de su empresa, salió del estudio. Al oír voces provenientes de la cocina, se dirigió hacia allá y encontró a Regina charlando animadamente con doña Rosa.
Doña Rosa ya tenía la basura lista en bolsas. Al ver salir al doctor Solís, sonrió.
—Bueno… Regi… no quiero interrumpir a la parejita. Ya me voy.
Regina se sintió sumamente incómoda al oír «la parejita». Esperó a que el sonido de la puerta al cerrarse en la entrada se extinguiera y, cuando solo quedaron ellos dos en la casa, bajo la mirada algo distante de Gabriel, se apresuró a aclarar en voz baja:
—Le dije que tú y yo no tenemos… esa clase de relación, ¡pero doña Rosa no me creyó!
Gabriel se limitó a un escueto «mm» antes de darse la vuelta.
—¡Gabriel!
Él se detuvo y volteó a verla.
—¿Sí?
Regina se acercó, visiblemente apenada.
—Sobre lo que le dije antes de que tu empleada ya no cocinara… no me hagas caso, por favor. Ya me enteré de todo, doña Rosa la ha pasado difícil. Haz de cuenta que no