Al final, la realidad la golpeó con toda su fuerza. El recuerdo de la traición de Gabriel le oprimió el corazón de nuevo. No respondió. Apagó el celular y, después de un rato, se metió en la cama.
Pero no lograba conciliar el sueño.
Regina tenía miedo de cerrar los párpados; en cuanto lo hacía, las pesadillas regresaban. Soñaba con el niño cubierto de sangre y con su madre…
Era imposible no dormir.
Se despertó llorando una vez más, mucho antes del amanecer, y se quedó sentada en silencio en la oscuridad.
A la mañana siguiente, Andrea apareció con el desayuno.
Regina la recibió con una sonrisa forzada.
Su amiga entró, dejó la comida sobre una mesa y la miró con preocupación.
—¿No dormiste bien?
Unas tenues ojeras marcaban su cara.
—Es que no he tenido nada de inspiración últimamente, y estoy algo cansada.
—Pues deja el trabajo un rato y descansa. No te presiones. El dinero no se va a acabar.
Contestó con un murmullo.
Comieron juntas. Andrea la observaba; tenía los ojos enrojecidos, era