Regina se quedó paralizada.Gabriel Solís, al ver que no respondía, sintió que su comentario había estado un poco fuera de lugar y rectificó con rapidez:
—Siéntate, por favor. Le digo a don Luis que venga a llevarte.
—No, es mucha molestia. Mejor me quedo aquí esta noche.
Gabriel, que justo iba a tomar el celular, alzó la mirada al escucharla.
Regina se sintió un poco descubierta. Se tapó la boca con la mano disimulando un bostezo.
—Este… ya me dio sueño. ¿Cuál es el cuarto de visitas? Ya me quiero ir a dormir.
—Es el segundo de allá.
—Ok.
Regina se dirigía hacia donde le señaló, pero tras un par de pasos, recordó algo y se volteó, algo apenada:
—Pero… no traje ropa para cambiarme.
Gabriel se levantó, fue a su cuarto y regresó con una camisa limpia.
Al ver que le ofrecía una prenda suya, Regina sintió que se le subían los colores.
La luz del salón iluminaba el ligero rubor en las mejillas de la joven. Gabriel lo notó.
—Está nueva.
—Ah, gracias.
Regina tomó la camisa, entró al cuarto de