Al día siguiente, Regina abrió los ojos. La cama a su lado estaba vacía y fría, él se había ido hacía mucho.
Se quedó recostada un buen rato antes de levantarse. Corrió las cortinas y la luz del sol inundó la habitación.
Se estiró con ganas. Había dormido bien y se sentía de buen humor. Después de asearse en el baño, tomó su celular para ver la hora: ya eran las diez de la mañana.
De seguro ya estaba en el trabajo.
Abrió la puerta de su cuarto y se encontró con Gabriel, que entraba desde el balcón en ese preciso momento. Sus miradas se cruzaron y ella parpadeó, sorprendida.
—¿Qué haces aquí? ¿No fuiste a trabajar?
—Me tomé el día.
Era la primera vez que Regina lo veía descansar en un día laboral. No preguntó más, solo asintió.
—Vamos a desayunar.
Sobre la mesa había varios termos que mantenían el desayuno caliente: champurrado, tamales, chilaquiles rojos y huevos con machaca. En otro termo más grande, incluso había pizza y sushi. Todo se veía delicioso.
Vaya, casarse con él sí que tení